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El negro del Klan

El negro del Klan

Suplemento viernes 18 de enero de 2019 -

ERNESTO DIEZMARTÍNEZ



Desde sus inicios como cineasta, Spike Lee ha jugado el doble rol de creador cinematográfico y militante político-racial. Con algunas excepciones “alimenticias” ―películas realizadas para mantenerse trabajando en la industria, como el flojo remake Oldboy: Días de venganza (2013)―, casi todo el cine de Lee expresa, por un lado, sus más profundas convicciones raciales y, por el otro, mantiene una complicada conversación con el cine clásico hollywoodense, del que es, aunque le pese, uno de sus herederos.


Esto vuelva a quedar claro en su más reciente largometraje, El infiltrado del KKKlan (BlacKkKlanmans, EU, 2018), filme ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes 2018, que se estrena comercialmente en México este viernes después de haber sido exhibido en noviembre pasado en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos.


Estamos en Colorado, en 1973. El joven afroamericano Ron Stallworth (John David Washington, hijo de Denzel, en su debut como actor protagónico) es el primer oficial negro aceptado en la policía de Colorado Springs. Después de cumplir una asignación muy ad-hoc (infiltrarse en cierto mitin universitario de los Black Panthers), por mera audacia (¿o habrá sido pura ociosidad?), Stallworth responde un anuncio leído en el diario: un llamado a formar parte de la sección local del Ku Klux Klan.


De inmediato, alguien se comunica por teléfono: por supuesto que puede ser aceptado en el KKK. Tiene que ir a una reunión, conocer a los líderes, responder algunas preguntas y pagar la membresía ―que no incluye las sábanas blancas del uniforme, por cierto―. El único problema es que, al hablar por teléfono, Stallworth dio su verdadero nombre, algo imperdonable para un policía que pretende hacer carrera infiltrándose entre delincuentes. Ah, y también está el otro asunto: Stallworth es, como ya apunté, negro. No importa: por ahí está disponible un policía alto, blanco y musculoso (¡aunque judío!) llamado Flip Zimmerman (Adam Driver), quien puede sustituirlo en persona. Así queda conformado el dúo dinámico que infiltrará al Ku Klux Klan de Colorado, la peor pesadilla de cualquier supremacismo blanco: un tipo con la voz de un negro y el cuerpo de un judío.


Por más que parezca el producto de una imaginación desbocada o de plano delirante, lo cierto es que la premisa de la nueva cinta de Spike Lee está basada en las memorias del auténtico Ron Stallworth (Black Klansman, publicadas en 2014). En todo caso, lo que hizo el director de Haz lo correcto (1989) es subrayar lo absurdo la situación para, después, llevar toda el agua posible a su molino, como cineasta, como militante político-racial y como heredero/disidente del Hollywood clásico.


La intención queda clara desde el inicio, cuando vemos a Alec Baldwin como el portavoz del supremacismo blanco en cierto falso documental racista, luego de haber visto algunas imágenes provenientes del clásico Lo que el viento se llevó (Fleming, 1939). Después, en cierta escena clave, veremos a los miembros del Ku Klux Klan de Colorado emocionarse hasta el paroxismo al ver las escenas climáticas de El nacimiento de una nación (Griffith, 1915), el filme que marcó el inicio de lo que llegaría a ser la industria fílmica hollywoodense y que, además, sin proponérselo, propició el renacimiento del KKK en todo Estados Unidos.


Estos ajustes de cuentas históricos-cinefílicos no son nuevos en el cine de Lee: en The Answer (1980), un cortometraje realizado cuando era estudiante de la Universidad de New York, un cineasta negro es contratado para dirigir un remake de El nacimiento de una nación ―una premisa que anticipa su posterior obra mayor, la nunca estrenada en México Bamboozled (2000)― y no olvidemos que algunas imágenes del irrebatible clásico racista de Griffith aparecen citadas en otra obra mayor de Lee, Malcolm X (1992).


La militancia de Lee es, en este sentido, más que obvia, pero El infiltrado del KKKlan no es un mero panfleto político-racial. El humor se impone sobre el discurso edificante y los dardos satíricos no se dirigen solamente a esos patéticos, ridículos y pobretones rednecks que conforman el KKK de Colorado, sino que terminan apuntando, ya sin risas de por medio, a sus encumbrados herederos que, a través de Donald Trump, gobiernan al país más poderoso del planeta.


Por lo mismo, el desenlace queda ubicado en el presente, en el 2017, con el líder del KKK, el verdadero David Duke (encarnado en la película por un espléndido Topher Grace), empoderado por la elección de Donald Trump, mientras vemos imágenes reales del asesinato de la activista Heather Heyer, atropellada en un mitin antirracista en Charlottesville. Esos son los Estados Unidos de ahora, nos dice Spike Lee. Y si antes el cine fue usado para perpetuar los peores estereotipos raciales, ahora es necesario usarlo para denunciar, señalar y hacer despertar las conciencias. Lo mismo que hacía Griffith, pues, solo que en otro sentido.


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IM/CR

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