Constitucionalismo líquido

Columnas jueves 24 de junio de 2021 - 01:00

FRANCISCO CASTELLANOS

“Tiempos líquidos” fue una concepción de Zygmun Bauman, para identificar una condición que explicaba cómo las estructuras sociales no pueden mantener su forma, porque se disuelven antes de que pase el tiempo necesario para asumirlas como realidad social, estable y previsible.

Hace apenas poco más de una década parecía que vivíamos una ola fuerte de constitucionalismo democrático, y pensábamos entonces que el Estado democrático, constitucional y social de Derecho guardaba cabal salud.

Lo palpábamos no solamente en Occidente y los países con una extensa tradición democrática, sino parecía florecer incluso en estados de tradición autoritaria, tanto en Latinoamérica como en el Este europeo, e inclusive, por algunos meses pensamos con genuina esperanza que democracia y DDHH se asentarían en Medio Oriente con la Primavera Árabe. 

Poco más de 10 años después, el escenario global cambió por completo, dando paso a un constitucionalismo líquido, inspirado en la idea de Bauman. Ese constitucionalismo líquido significa la incertidumbre jurídica-política para saber con mediana claridad si lo que las constituciones disponen será cumplido y fortalecido por el poder político o si, por el contrario, quedará anulado.

Buena parte de las sociedades en el mundo están siendo alentadas -por la presión de nacionalismos o populismos- a cuestionarse los pilares sobre los que se construyó el Estado constitucional y democrático de Derecho –dignidad humana, DDHH, pluralismo, tolerancia, elecciones libres, control del poder, justicia social, etc.-. Estas peligrosas puertas se han abierto, en gran medida, por la irresponsabilidad y actitud negligente de gobiernos, actores políticos y partidos. 

Estamos viviendo tiempos en los que se alienta a cuestionar a la democracia y a pensar que nuestros problemas y diferencias se resolverán con la participación directa del pueblo y mediante decisiones rápidas, sencillas e infalibles, frente a las cuales la Constitución, sus DDHH y principios no deben ser un obstáculo. Con frecuencia inusual vemos cómo los gobiernos cuestionan el valor de la Constitución, adjuntando al mismo al tiempo presiones desmedidas sobre los órganos jurisdiccionales y críticas desproporcionadas a la función judicial que ejercen.

La carrera por derretir el constitucionalismo es tan frenética que las sociedades comienzan a pensar seriamente que el camino correcto supone derrumbar los pilares democráticos y adoptar posiciones radicales que pueden, inclusive, llevar a erradicar a quien piense diferente. Las personas con las que compartimos vecindad y destino son las nuevas enemigas a desaparecer. 

Lo más grave quizás en este constitucionalismo líquido es que los tentáculos de los grupos de poder están comenzando a trastocar el libre desarrollo de la personalidad. Desde una especie de tribuna sacramental pretenden -como una recreación soviética- imponerle a la gente cómo pensar, en qué creer, cómo vivir y señalarles un camino único de lo bueno y lo malo, fruto de un concepto monolítico y absoluto que se presenta como la verdad.

Estamos viviendo una época de auténtico riesgo para nuestra estabilidad como civilización, es tiempo de actuar.

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/CR

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