Hace poco entré a un expendio de pulques en el andador de Regina. Quienes me atendieron no fueron los tlachiqueros, sino jóvenes que en su menú ofertan mezcal y tlayudas de tasajo, mientras los clientes se animan al ritmo de sones y huapangos. No hay duda que se trata de jóvenes de la ciudad. Lo sé por los tenis Vans, las botas Martens combinadas con blusas tejidas a mano, con aretes de palma y pulseras de ámbar. Sin ser totalmente oaxaqueños, utilizan el patrimonio culinario de Oaxaca, la música jaranera Huasteca y recurren a la tradición pulquera para crear un negocio en una calle reconocida por su ambiente de comercio cultural. Con ello se autoemplean y crean comunidad.
Parte de su éxito comercial es emplear estratégicamente el patrimonio popular: ¿se están aprovechando ilegalmente del patrimonio de otros grupos para fines propios? ¿deberían ofrecer regalías a los tlachiqueros y a los jaraneros? ¿a quién pertenece el patrimonio cultural? ¿quién puede utilizarlo legítimamente, y quién no?
La colección Resort 2020 de Carolina Herrera indignó por utilizar en sus prendas bordados, tejidos y diseños tradicionales de diversos pueblos originarios de México. Esto despertó una fuerte condena institucional. Se analizan medidas para sancionar el uso ilegítimo y defender del plagio el patrimonio cultural, que en esencia pertenece a los pueblos y por ello no cualquier industria privada puede disponer de él deliberadamente.
¿El patrimonio solo se debe proteger y preservar o puede utilizarse como estrategia de desarrollo social y económico?
¿Qué pasa cuando el patrimonio pierde sus significados originales a costa de convertirse en un producto atractivo para el turismo? Las respuestas son complejas porque ni el patrimonio tiene una pureza cultural, aunque muchos nieguen esto, ni el fin de la cultura es generar máximos rendimientos económicos.
Una buena cantidad del patrimonio que una cultura considera propio, en realidad es resultado de intercambios y prestamos culturales. La chaquira en las artesanías de los huicholes fue introducida a la llegada de los conquistadores; el tasajo no existía en la época prehispánica; el jorongo de Saltillo se introdujo en La Colonia y combina elementos textiles indígenas con la técnica europea del telar y la lana; la marca mexicana Pineda Covalin desde hace veinte años explota diseños textiles tradicionales en prendas de lujo.
En resumen, la defensa del patrimonio no solo consiste en preservarlo como tradición pura e inamovible, implica analizar cuál es su papel como estrategia de desarrollo social y cultural en las condiciones de la globalización; las culturas tradicionales no son estáticas ni puras, sino que constantemente se apropian de bienes y conocimientos externos. Y claro, se requiere una política cultural que proteja la propiedad colectiva del patrimonio de la explotación y abusos transnacionales. Pero la defensa del patrimonio exige, más que la voluntad y el orgullo nacionalista, enfrentar la crisis estructural de las condiciones de vida de los artesanos y campesinos desde las que producen sus tradiciones y cultura, tal como lo ha señalado el antropólogo Néstor García Canclini.
•Antropólogo y maestrante en Ciencias Sociales. Analista
del arte contemporáneo, la cultura popular y las culturas
contrahegemónicas en América Latina.
@ecoamarillo