Columnas
Tres años después del inicio de la Revolución Francesa, en 1792, se promulgó la ley de divorcio. Era eso, una ley revolucionaria, cuya instrumentación disminuía el poder eclesiástico sobre la familia. El Estado se convertía en la autoridad civil reguladora del matrimonio. Ya no habría una moral impuesta por la religión, sino que cada individuo dispondría de la facultad de solicitar la separación legal de su cónyuge en determinadas circunstancias. Los únicos opositores al divorcio fueron y siguen siendo los ultraconservadores religiosos. En otras palabras, fue la izquierda la promotora del divorcio.
Hay un pasaje de La sombra del caudillo, relato clásico de la Revolución Mexicana, donde uno de los generales revolucionarios se está despidiendo de su amante. Ella se queja de la inquietud que le produce la esposa del general y él responde más o menos lo siguiente “también para eso hicimos la Revolución. Para facilitar el divorcio. Es una institución liberadora.” En efecto, liberadora para el hombre, pero quizá aún más para la mujer.
El divorcio se ha convertido en uno de los recursos que permite defenderse legalmente a mujeres maltratadas, facultadas para desembarazarse de maridos golpeadores, borrachos, desobligados, etcétera. En un plano más frecuente, es un dispositivo civilizatorio para reconocer la anulación de relaciones afectivas entre dos personas. El divorcio es consecuente con el reconocimiento de la autonomía individual humana.
Resulta sorprendente entonces, que el Presidente de México, supuestamente de izquierda, esté preocupado por la tasa de divorcio. Pongamos de lado que aludió al tema en respuesta a una interrogante periodística sobre los feminicidios. En su respuesta, AMLO se desentendió del asunto de la violencia intrafamiliar y lo trasladó a una evaluación del neoliberalismo. Resultaría más o menos divertido ver cómo la Cuarta Transformación responsabiliza al neoliberalismo hasta del acné, si no fuera porque se advierte un interés inquietante del Gobierno por la vida privada de los ciudadanos.
Los países más avanzados del mundo son los que tienen tasas de divorcio más altas. A mayor desarrollo económico, político, social y cultural, más libertad personal para los ciudadanos. Puede uno considerar implicaciones sociológicas y cambios en el concepto de la familia, pero definitivamente no se cuestionan, desde una perspectiva progresista, los beneficios del divorcio para la libertad. Mucho menos se le atribuyen al neoliberalismo, cuando era parte de la agenda de la Revolución francesa hace más de dos siglos.
No sé si esto es consecuencia de la alianza electoral entre Morena y el PES o de una convicción religiosa del Presidente de México. En cualquier caso, me preocupa mucho cuando el Gobierno empieza a juzgar la vida personal de los ciudadanos. Dicen que hay un renacimiento de la moral conservadora en el mundo. Es paradójico que en nuestro país venga de la mano de un Gobierno autoproclamado de izquierda.