Los expertos en negociación política suelen decir que siempre, de forma ineludible, cualquier conflicto termina en una mesa. Que la negociación se puede hacer para evitar una guerra o como consecuencia de un enfrentamiento bélico.
La idea de la negociación está satanizada entre los factores políticos que en Venezuela encabezan la alternativa democrática. No es para menos, en al menos dos ocasiones en los últimos años acudieron a mesas de diálogo y negociación con el régimen de Nicolás Maduro, y en todos los casos aquello terminó siendo una estrategia para ganar tiempo en el poder por parte del chavismo.
Hasta una delegación de El Vaticano salió timada por el chavismo, que había prometido liberar a los presos políticos, como un primer gesto del régimen venezolano. Tras las rondas de diálogo y negociación había más presos por razones políticas en las cárceles.
Así las cosas no deja de ser sorpresa que se haya conocido, en principio por boca de altos funcionarios de la administración de Donald Trump que todo lo ocurrido este 30 de abril en Caracas, en verdad, era parte de una acción para desplazar a Nicolás Maduro del poder, gracias a una negociación con actores del propio chavismo.
La frase de Trump de enero, repetida en diversas ocasiones en lo que va de 2019, de que en relación con desalojar a Maduro del poder “todas las opciones estaban sobre la mesa”, más que una amenaza de invasión, como se vio inicialmente, en realidad comprende la opción de sentarse a negociar con un ala del chavismo y perdonarle sus desmanes.
Que hayan sido Bolton o Pompeo, dos duros de una política exterior conservadora en Washington, lo que hayan indicado que existieron tales negociaciones, habla de lo que están dispuestos Estados Unidos y la alternativa democrática venezolana, con tal de que Maduro cese su ilegítimo mandato.
Las voces críticas, dentro de Venezuela, quedaron inicialmente mudas. Si el vocero hubiese sido Julio Borges, el exiliado expresidente de la Asamblea Nacional y quien encabezó uno de las fallidas negociones con el chavismo, habría ardido Troya. Colaboracionista habría sido el epíteto más ligero.
A nadie, en cambio, se le ocurriría decirle colaboracionista a Bolton o a Pompeo por poner como una opción sobre la mesa el asunto de una negociación, con chavistas de alto rango nada menos, como el presidente del Tribunal Supremo de Justicia o el mismísimo ministro de la Defensa de Maduro.
Más que una línea armada, según veo, lo que se abrió al público este 30 de abril en Venezuela es una línea de acción hasta ahora inesperada, la construcción de una transición con actores que hasta habían sido sancionados por Estados Unidos, que estaban en la lista negra con acusaciones de varios calibres por corrupción o violaciones a derechos humanos.
Cuando se ve esto, pues sí, todas las opciones están sobre la mesa.