Pese a las raíces multiétnicas sobre las que se basa nuestra historia, la discriminación en México es una realidad insoslayable que auspicia la negación de derechos y la desigualdad de una inmensa mayoría por no ser parte de “la clase privilegiada, la de los blancos o güeritos”, realidad que condena a millones de mexicanos a la segregación, y, sobre todo, a padecer situaciones de violencia y en ocasiones hasta a perder la vida en manos de mexicanos.
Recientemente escuchamos una palabra que muchos pensaron que se trataba de algo inexistente, de un neologismo: la pigmentocracia, pero antes de abordar el tema valga señalar que el concepto fue acuñado durante las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado por Alejandro Lipschütz Friedmann, científico chileno, para explicar cómo la estratificación de la colonización de América se basó en el color de la piel de las personas y en que las jerarquías surgidas de la estructura socio-racial tenían su origen en ese factor, es decir el color de la piel, lo que, si lo analizamos detenidamente, es válido para nuestro país.
La palabra era, para muchos de nosotros, irreal hasta hace unos días cuando, durante un debate televisivo, una panelista se refirió a la celebración de la Fórmula 1 en la Ciudad de México y dijo que ese evento “Es una actividad fifí porque los boletos que cuestan hasta 30 mil pesos. Más allá que sea un tema clasista, es un tema de la pigmentocracia: entras al lugar y todo el mundo es güerito, de ojo verde”, afirmación que encierra una gran verdad.
En todo México, los indígenas representan el segmento de la población más afectado por la discriminación debido a su condición de pobreza, problema acentuado entre las mujeres indígenas, al grado de que, según una encuesta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), más del 40 por ciento de los mexicanos estaría dispuesto a organizarse para evitar que se establezca un grupo étnico cerca de su residencia.
En un momento en el que los mexicanos nos indignamos por el menosprecio de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, contra quienes son físicamente distintos a él, resulta incomprensible que sigamos empeñados en segregar a nuestros semejantes sólo por ser adultos mayores, indígenas, afrodescendientes, fieles de otra religión, migrantes, discapacitados o personas con VIH o con preferencias sexuales ajenas a “lo normal”.
Parece mentira que en México, donde nos vanagloriamos de la grandeza de los pueblos precolombinos, sigamos empeñados en restringir la educación o el empleo a “grupos minoritarios” que tal vez no lo sean tanto.
Hasta ahora se habla de crímenes de odio cuando las víctimas son homosexuales o mujeres, pero ¿debemos esperar masacres como la atribuida a los supremacistas blancos contra mexicanos, en Texas, para evaluar la posibilidad de que indígenas, afrodescendientes, asiáticos o de cualquier otra raza también puedan ser aceptados y respetados sin importar su color de piel?
•Egresada de la escuela de PCSG. Exdiputada
constituyente. Defensora de los animales y
fundadora de "Ángeles Abandonados".