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¿Por Qué No Me Creen?

¿Por Qué No Me Creen?

Entornos lunes 21 de octubre de 2019 -

Era un estudioso de la violación. Aprendía de cada fracaso y descubrió que podía obtener información muy útil en Myspace: escudriñaba los perfiles de mujeres en busca de pistas que indicaran que eran mayores y estaban solas. Le parecían una presa fácil.

Así encontró a Doris. Su perfil indicaba que tenía sesenta y cinco años y estaba soltera. Tenía una casa en un pequeño barrio veintiséis viviendas, cerca de una concurrida carretera de Aurora. Detrás de la casa se extendía una urbanización con largas hileras de edificios de dos plantas separadas por un callejón. Agachado tras un muro bajo de ladrillo, que separaba el callejón del jardín trasero de Doris, la observaba.

La mujer no iba por allí a menudo —casi siempre los fines de semana—. En una ocasión, se acercó a hurtadillas a la puerta y encontró una llave bajo el tapete de la entrada. Supuso que la habría dejado para un vecino. Qué predecible. Hizo una copia en una ferretería y volvió a dejar la original en su sitio; la mujer jamás lo sabría. Entró tranquilamente en la casa y comprobó que no tuviera armas. <>, se dijo. Se aprendió su nombre y vio en qué habitación dormía.

La violó el 4 de octubre de 2009. Que la mujer le preguntara por su familia y le recomendara buscar ayuda profesional le molestó. Acabó la agresión antes de lo que había previsto. Al marcharse, se llevó unos calzones que guardó en el fondo de un amplificador de guitarra Career negro de quince vatios que tenía en su habitación del 65 de Harlam Street. Un trofeo.

Masha estaba empezando a molestarle. No hacía demasiadas preguntas cuando él regresaba tras una larga noche de acecho, pero siempre tenía que estar inventando historias para justificarse: que si estaba en el bar, que si había salido con los amigos de la preparatoria. Quería libertad absoluta y aquello no lo era. Una noche de febrero, le dijo: <>.

Masha se esforzó por salvar el matrimonio. Le dio espacio, se marchó a Georgia a pasar un tiempo con una amiga de su etapa en Corea del Sur. Cuando volvió, al cabo de un mes, encontró unas braguitas negras de encaje entre los cojines del sofá y se lo echó en cara, enojadísima. Él le dijo la verdad: se había acostado con una mujer en su ausencia.

No podía seguir casado con ella; así de sencillo. Masha se quedó otro mes. Había gastado buena parte de su salario de mesera en ayudarlo y ahora necesitaba ahorrar algo de dinero.

Acordaron los términos de la separación: ella se quedaría con el Chrysler Sebring blanco 2004. Él se quedaba al perro, Arias, y el otro vehículo: la camioneta Mazda blanca 1993.

El acuerdo no lo dejó satisfecho. El Sebring era un sedán de tamaño mediano y aspecto inocuo; nadie lo notaría si lo viera estacionado en una calle residencial. Pero ¿y la camioneta destartalada?

Llevaba más de 285 000 kilómetros encima, el asiento delantero tenía agujeros por los que asomaba espuma amarilla, el retrovisor derecho estaba roto y la parte trasera estaba llena de trozos de madera vieja: daba bastante pena.

<>, pensó.

El 16 de abril de 2010, Masha volvió a Georgia en el Sebring.

Él ya era libre.

SE INSCRIBIÓ EN el Red Rocks Community College, un centro de formación superior de Lakewood, situado sobre una suave loma que domina la US Route 6. Desde los inmensos estacionamientos que rodeaban los edificios bajos del campus, los estudiantes oían el zumbido constante de la autopista de cuatro carriles que atravesaba el centro de la ciudad. Dentro de las aulas —con paredes de ladrillo canela y luces fluorescentes— el ruido desaparecía. Red Rocks no pretendía ser un centro de élite, pero tenía mucho que ofrecer a un veterano con certificado de la preparatoria. Se consideraba un tipo inteligente, pero no culto; les dijo a sus profesores que lo más largo que había leído en su vida era una página web.

Se zambulló en el plan de estudios de Humanidades; era un estudiante de primer año que anhelaba nuevos horizontes de conocimiento. Estudió historia, antropología y filosofía —todo lo que explicara la mente humana—; leyó al teólogo católico Tomás de Aquino y al escéptico escocés David Hume, al filósofo político John Stuart Mill y al filósofo ético alemán Immanuel Kant, al existencialista francés JeanPaul Sartre y al lingüista estadounidense Noam Chomsky

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