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Amado Nervo: besos, poesía y amores contrariados

Amado Nervo: besos, poesía y amores contrariados

Entornos viernes 24 de mayo de 2019 -

POR RICARDO SEVILLA

A cien años de su muerte, Amado Nervo (1870-1919) continúa causándole dolores de cabeza a la crítica incendiaria y jugándole trastadas a los biógrafos extraviados.

Además de ser acusado de escribir poesía popular, facilota y cursi, ahora corre la versión de que el escritor mexicano fue un homosexual reprimido.

Hace algunos años, la Arizona State University compró un montón de cartas y documentos que, según algunos de sus estudiosos, demuestran plenamente la relación homosexual que Amado Nervo sostuvo con el padre del modernismo hispanoamericano: Rubén Darío.

Un tal Antonio Acereda, catedrático de aquella universidad, hundió las narices en aquellos legajos y, luego de desempolvarse los anteojos, escribió un larguísimo artículo que acompañó con un título igual de extenso: Nuestro más profundo y sublime secreto: los amores transgresores entre Rubén Darío y Amado Nervo.

El texto, publicado en Bulletin of Spanish Studies, revista académica que circula en Gran Bretaña, el profesor Acereda —que se presenta como experto en el tema modernista, ay, cuántos expertos abundan en el mundo literario— afirma en sus tesis central que el contenido de la colección, compuesta por más de 900 páginas de manuscritos, revela plenamente las tendencias homosexuales de Nervo y Darío.

El autor, que no se priva de ciertos arranques melodramáticos, asegura que Darío murió “con el crucifijo de plata que le había regalado Nervo, el antiguo seminarista y cómplice de unos amores transgresores que hasta hoy la crítica desconocía”.

En general, los fragmentos que ofrece el investigador —que, en efecto, contienen una buena cantidad de mensajes de amistad, sentimentalismo y una desmedida dosis de afectación— quieren convencernos de que ambos poetas no sólo se besaban sus bocas en secreto, sino que se amaban con aquella “culpa similar a la que sintieron Rimbaud y Verlaine, ante una sociedad que jamás los entendería”.

Lo que un lector ordinario pudiera entender, simple y llanamente, como una amistad íntima entre dos poetas, Acereda está decidido a vendérnoslo — él mismo hace la crítica de su obra—como un “libro rodeado de leyenda, de un amor capaz de trascender a la muerte”.

Pero justo cuando uno estaba tentado a concederle el beneficio de la duda, aparece un cúmulo de voces para decir que las cartas son absolutamente apócrifas. ¡Todas¡ ¡Las novecientas páginas!

Ramírez, admirador de Nervo y estudioso implacable de Darío, con una mano en la cintura dijo que “las cartas son falsas ... No conozco entre esa multitud de documentos más que aquellos que el profesor Acereda revela en su ensayo, pero él mismo advierte que ‘los manuscritos están en buen estado en su práctica totalidad, gracias al uso de papel grueso y de calidad, perfectamente legibles y con una notable ausencia de tachaduras, correcciones y enmiendas’.

Acto seguido, le propina una paliza proverbial al libro y, de paso, al profesor Acereda. Entre otras cosas, le dice (yo siento que le grita) que es “la obra de un falsificador sin imaginación, que busca imitar la caligrafía de Darío, de sobra conocida”, y que el copista, ay, “no advierte que entonces, cuando se usaba tintero, plumilla de acero y secante, no se podía escribir sin borrones ni tachaduras, sobre todo cartas”, etcétera.

Y la verdad es que no es la primera vez que lo señalan como homosexual. Alfonso Reyes, irónico a la hora de hacer sus retratos, ya decía que “Nervo deshojaba la margarita” y que “trataba de tomar la margarita sin conseguirlo, el pobre”.

Más allá de la homosexualidad, real o ficticia, de Nervo (a esta hora eso ya es un asunto baladí), lo cierto es que entre ambos poetas sí hubo un trato amistoso, íntimo y epistolar que puede abonar a esa leyenda.

Por otra parte, la realidad es que profesores como Acereda, que sólo tienen eco en un pequeño y restringido circuito académico, deben sorprenderse cuando escuchan que las mujeres mexicanas (incluida mi abuelita) continúan recitando, con las manos entrelazadas, los azucarados fragmentos de “La amada inmóvil”, un poema que ya comienza a tomar forma de imperecedero.

EL DATO Tras la muerte de Ana Cecilia Luisa Dailliez el poeta adoptó a la hija de ésta llamada Ana y la cuidó comosi hubiése sido suya.


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YC/CR

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