Cada vez que veía alguna nota sobre el brete político en Baja California, relativo a una gubernatura de 2 o 5 años, me acordaba de una frase demoledora de Rodrigo Blanco Calderón en su extraordinaria novela The Night (Alfaguara, 2017): “La vida suele ser horrenda o aburrida… porque la gente no está a la altura de sus milagros”. Y, desesperanzado, veía que el electorado más competente del país, el que logró justo hace 30 años el milagro inédito e increíble de la alternancia política en la gubernatura, no estaba haciendo nada más que mirar a los políticos jugar sus respectivos papeles en el teatro post electoral.
Baja California es mi tierra adoptiva. Allá me hice
mayor de edad y abogado; allá están mis mejores amigos, nació mi hija mayor, vive mi madre y descansan mis muertos. Y por eso sé que su gente es guerrera, trabajadora, incansable, indomable, hospitalaria y moderna. Acá desde mi diáspora, veo a mis paisanos vivir un nuevo cambio de paradigma, muy parecido al de 1989, pero a la vez, paradójicamente, muy distinto.
Esa tensión, ese debate es lo que los hace ellos,
que viven tan cerca del imperio más poderoso del mundo, que no les queda más que abrazarse a sus ventajas. Presencian tanta desigualdad social, que no les queda más que abrazarse entre ellos y ayudarse
con espíritu de cuerpo, visión de conjunto y sensibilidad social. Existir entre California, el desierto y el
mar los ha templado por generaciones y saben pedir cuentas por igual al gobernante que al empresario, al comunicador y al luchador social.
No es un dato menor que a la elección estatal de
julio pasado, sólo alrededor del 30 por ciento de mis paisanos acudió a las urnas. Aunque los resultados de todos modos significan un muy claro mandato por un cambio, implica también que quieren garantías de gobernabilidad, honestidad, seguridad, prosperidad y paz social, y que están esperando que alguien se las ofrezca con claridad, con seriedad y con visos de
cumplimiento.
Le dieron su confianza a Bonilla y demandan de la
nueva clase política que los contemple en las grandes decisiones en favor del estado. Exigen que muy rápido se note el cambio y que no haya simulaciones ni simuladores en el gobierno local ni en los ayuntamientos.
Viéndolo más de cerca, desde la óptica pragmática
de un mexicalense o ensenadense; desde el agudo punto de vista de una tecatense o tijuanense, o desde el enfoque estratégico de un joven rosaritense recién estrenado como elector, creo que yo estaba subvirtiendo el orden natural bajacaliforniano. Me parece que los que deberían estar a la altura de sus milagros son los políticos, y no sus jefes, que son los electores. Yo espero que lo estén, por el bien de todos.
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