Los líderes de La Luz del Mundo siempre han estado envueltos en la polémica. Son una congregación religiosa con postulados oscurantistas que considera inferiores a las mujeres y se alejan del más mínimo sentido de la igualdad.
José Luis Martínez hizo un análisis del tema en su columna de Milenio, donde recordó que “La Luz del Mundo establece severos códigos de conducta: prohíbe el alcohol, el tabaco y las drogas” y previene contra el pecado de la concupiscencia.
La celebración de los 50 años de su líder, Naasón Joaquín García, en Bellas Artes fue un error, —no de los feligreses, que pueden homenajear a quien les plazca—, sino de la burocracia que aprobó que en el más alto escenario artístico del país se realizara semejante espectáculo.
¿Cómo es posible que esto ocurriera? Por lo que han dicho, a nadie se le hizo extraño, ni se previeron las consecuencias de un programa que tenía como eje al “Apóstol” Joaquín.
En el INBAL no sonaron las alarmas, porque supusieron que ahora hay un margen mayor para interpretar a la propia Constitución o para no cumplirla en lo que respecta al Estado laico.
Esto muestra también el desparpajo que impera en las tareas de Gobierno y la ausencia de mecanismos eficaces de control y supervisión.
Las restricciones que existen para evitar la propaganda religiosa a costa de los recursos públicos o de su infraestructura, proviene de una historia rodeada de jaloneos y presiones.
Recordemos que fue hasta los años noventa cuando se normalizaron las relaciones con la iglesia católica, de modo particular, pero también con otras congregaciones.
Antes de ello, los ministros de culto no tenían derecho al voto y carecían de personalidad jurídica.
Esto fue así, por el acomodo que provino del fin de la guerra cristera, pero también de la fuerza de las corrientes jacobinas en el Estado mexicano.
Para tener una idea de lo que ocurría, hay que recordar que el presidente, José López Portillo, permitió una misa en Los Pinos, oficiada por el Papa Juan Pablo II, pero esto se hizo con todo el sigilo del mundo. No había relaciones diplomáticas con El Vaticano, y al Papa se le dio el trato de “visitante distinguido”.
Sería absurdo negar la presencia de iglesias y su influencia en la gente, pero eso no quiere decir que se deba otorgar espacios que no pueden funcionar para tareas proselitistas y mucho menos religiosas.
De eso se trata el Estado laico, de evitar cualquier preferencia y de no mandar mensajes extraños.
Quizá los jacobinos no estén de moda, pero no hay que expulsarlos del viejo palacio de Bellas Artes y menos con pretextos absurdos, que lo que intentan borrar lo que fue un disparate.
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