“Los rateros si ven difícil entrar a la casa, se van a la otra”, me dijo la vecina ayer mientras le quitaba el polvo a su letrero de “esta casa es católica”. Marros, mazos, martillos y hasta hachas, cualquier cosa resulta buen instrumento de trabajo para los llamados “amantes de lo ajeno” que empiezan a salir de las coladeras luego de la pandemia.
En el abril pasado, los responsables del Gobierno capitalino, la ahora muy ocupada precandidata a la Presidencia por Morena, Claudia Sheinbaum, y de su seguridad, el titular de la SSC, Omar García Harfuch, salieron a ser aplaudidos y aclamados por anunciar que los delitos de alto impacto disminuyeron 60% durante los primeros cuatro meses del año, respeto al mismo lapso de 2019, antes de la pandemia.
Buena comparación, porque en ese tiempo la también denominada “incidencia delictiva” se encontraba en cifras históricas. Incluso fueron datos para afirmar que los primeros meses de 2019 fueron los más difíciles para la ciudad, quizá en los últimos 20 años cuando se tuvieron seis homicidios diarios…” ¿Qué será que con esos datos pretendieron darnos tranquilidad?
Pues creo que no. En ese mismo reporte se señala que el robo de vehículo con violencia tuvo una reducción de 70.4%, al pasar de 13.3 diarios a 3.3, y el robo de vehículo sin violencia bajó 54.7%, al pasar de 26.3 a 11.2. “Mal de muchos consuelo de tontos”, o como quien dice: “nadie debería agradecer que todo paró en lo material”.
Y solo por no dejar, hay más números. En 2022 se abrieron 97,702 investigaciones más, por delitos del fuero común, que las registradas en 2021 en el país; es decir, la criminalidad creció 5% durante el año pasado. Y en lo económico, las pequeñas y medianas empresas son las más golpeadas por la “incidencia delictiva”, sus dueños y empleados son extorsionados para dejarlos operar sus negocios, el famoso “derecho de piso”.
La Encuesta Nacional de Victimización de Empresas 2022, del Inegi, se reportó que el 25% de las compañías privadas sufre de la delincuencia y 52% de sus propietarios consideran la “incidencia delictiva” como el principal problema para su operación. Concluye que la inseguridad y el delito tuvieron un costo de alrededor de 278 mil millones de pesos, unos 15 mil millones de dólares (en tiempos de paridad 1x20), durante 2021.
Cantidad que equivale al 1.5% del PIB. Aquí, en los costos, es cuando entramos a los cuestionamientos: ¿cómo nos debemos resguardar?, ¿los negocios y las casas deben blindarse?, ¿la CDMX debe blindarse? Porque mazos y martillos ya salieron a relucir esta semana, como sucedió en otras entidades del país hace años, Querétaro y San Luis Potosí por ejemplo, e incluso fuera de nuestras fronteras, en Estados Unidos terminada la pandemia los asaltos con marros fueron la principal preocupación de ciudades como Chicágo y Los Ángeles.
Entre los ciudadanos y autoridades se alertaron por los que llamaron “robos relámpagos” y se unieron para formar alianzas de protección, se unieron los habitantes con las policías locales y hasta con el FBI para establecer un escudo. Mmm, creo que aquí ni a quién hablarle con confianza, no sea la de malas y sea compadre del malandro.
En México lo que nos queda es hacer nuestros presupuestos y preguntar a los expertos. Elegir entre rejas, escolatas, seguridad privada, vidrios blindados y tecnología avanzada, ¿sabemos que necesitamos y para qué nos alcanza? y ¿cuál es el costo de la inversión o si es recuperable?
Esta semana fue asaltada una joyería en el centro comercial de lujo Antara, muy cerca de la “popular” ciudad Carso; los delincuentes rompieron, a marrazos y hachazos, los vidrios blindados donde se exhibían costos (en dólares) relojes. El asalto duró no más de diez minutos en los cuales cuatro sujetos robaron quince relojes de alta gama ante la indefensión de los elementos de seguridad privada que tuvieron “la suerte” de ser sometidos y tirados al piso.
Y qué queda, pues hablar del blindaje, ¿sirve o no sirve? René Rivera, presidente de la Comisión de Blindaje Arquitectónico y Enlace con Autoridades y Asociaciones del CNB, explica: “Hay que entender que por cada riesgo potencia, existe la solución adecuada al riesgo, y en el caso particular de las joyerías, se trata de negocios que, tal como lo vimos, están expuestos a ser vandalizados de una forma muy violenta, con el uso de objetos contundentes, para vulnerar los cristales de las vitrinas y fachadas y extraer las joyas de alto valor”.
Y responde a esta reportera, el diferencial del costo de una instalación que tenga como base el vidrio y otra que tenga como base el policarbonato, solo se puede obtener si se compara el nivel 3 UL-752 para detener magnum 44 y calibres inferiores y su precio base aproximado por metro con cancelería blindada forrado e instalación.
Es decir, por metro cuadrado en CDMX el cristal blindado 21 mm cuesta 2,350 dólares más IVA, y el Policarbonato de 32 mm, 2,500 dólares más IVA, donde pese al diferente grosor son para la misma resistencia de balística, lo importante es la composición del material. El Policarbonato resiste más ante los golpes del mazo y la estructura de hierro que lo sostiene más todavía.
René Rivera comenta que lo más adecuado es usar policarbonato antivandálico y en zonas de mayor riesgo (como ejemplo las puertas de acceso) policarbonato antivandálico balístico de mayor grosor, en lugar de solo vidrio blindado (que se instala para la protección contra pistolas); este material ofrece cierta resistencia, pero al final termina por quebrarse y ceder ante los golpes de marro, mazo o hacha, tal como se vieron en los videos que ilustraron la noticia del asalto en la plaza comercial.
Plofff, ¿ya nos blindamos?