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Buenas y malas conspiraciones

Buenas y malas conspiraciones

Suplemento viernes 05 de abril de 2019 -

El problema de Historia de un crimen: Colosio, la nueva serie de Netflix sobre el asesinato del candidato presidencial del PRI en 1994, no es que sea mala historia; el problema es que es mala televisión.


Ernesto Diezmartínez

Al final del octavo episodio de la teleserie histórica Yo, Claudio (I, Claudius, GB, 1976), el emperador Calígula (John Hurt), vestido como Zeus, recibe en sus habitaciones a su hermana Drusila (Beth Morris), a quien ha embarazado.

Como Calígula se cree Zeus, está convencido de que el hijo que va a tener con su hermana podría ser una amenaza a su reinado, el de los cielos y el de la tierra. Preocupado, decide recrear el mito del nacimiento de Atenea —quien apareció en la cabeza de Zeus después de que él devorara a Metis, la madre de ella—, así que Calígula, o “Zeus”, pues, toma un cuchillo, le abre el vientre a Drusila y devora el feto —fuera de cuadro, por supuesto—. El viejo tío Claudio (Derek Jacobi) escucha los gritos de Drusila, toca la puerta y cuando aparece Calígula, chorreando sangre, Claudio se asoma al interior de la habitación para luego voltear hacia la cámara llorando y temblando de horror.

Se trata de uno de los finales más memorables en los trece episodios de los que consta Yo, Claudio —teleserie exhibida en México a fines de los setenta en el entonces gubernamental canal 13, con todo y presentación especial de Luis Spota—, aunque, a decir verdad, la muerte de Drusila no está contada así en la célebre novela homónima de Robert Graves. Ni siquiera en el capítulo que le dedicó Suetonio a Calígula en su Vidas de los doce Césares, a pesar de que el historiador romano recogió, repitió y publicó cuanto chisme encontró de todos los emperadores biografiados.

Para acabar pronto, la escena del asesinato de Drusila, ideada por el guionista Jack Pulman, es mala historia pero extraordinaria en televisión.

Esto mismo podría decirse de las novelas de Robert Graves en las que está basada la teleserie, Yo, Claudio (1934) y Claudio, el dios, y su esposa Mesalina (Claudius the God and his wife Messalina,1935). Aunque parten, en gran medida, de textos clásicos, lo cierto es que las fuentes originales —las mencionadas biografías de Suetonio y los libros de Tácito— son consideradas por la historiografía moderna no muy confiables que digamos. En los absorbentes retratos escritos por Suetonio, abundan especialmente las anécdotas, los rumores, los dimes y diretes que el propio historiador dio por ciertos: que Livia asesinó a Augusto envenenando los higos directamente del árbol donde él los recogía; que Tiberio era un depravado sexual y un monstruo de lujuria; que Calígula nombró cónsul a su caballo; que Nerón y su madre Agripina fueron amantes…

Cualquier especialista en la Roma antigua, en especial en la dinastía Julio-Claudia, dirá con razón que estos chismes —escritos muchos años después de la muerte de los emperadores y por historiadores claramente adversos a ellos— son pésima historia: no hay nada que los sostenga. Pero no importa. Robert Graves convirtió esos rumores en gran literatura y Herbert Wise, bajo la producción de la BBC, dirigió una de las teleseries históricas más populares del siglo pasado.

La razón es simple: por más que se molesten los historiadores, la verdad es que la chismografía más escabrosa y las teorías de conspiración más delirantes son mejores historias que la Historia misma. El problema no es permanecer fiel a la Historia para ser aprobado por académicos y especialistas, sino ver de qué manera se traiciona o se manipulan los hechos históricos para mantener más entretenido al lector o, en su caso, al televidente.

Por lo mismo, es lo de menos la falta de rigor histórico o periodístico de Historia de un crimen: Colosio (México, 2019), teleserie de ocho capítulos estrenada hace unos días en Netflix. El problema de la serie televisiva centrada en el asesinato del candidato del PRI a la presidencia en 1994 no es que tuerza la historia o que propague irresponsablemente algunas de las múltiples teorías de conspiración de la época. El problema es que no tuerce la historia lo suficiente, el problema es que a su teoría de conspiración le falta delirio. Acabemos: el problema de Historia de un crimen: Colosio no es que sea mala historia; el problema es que es mala televisión.

Más allá de la producción descuidada con todo y flagrantes errores de continuidad —que se notan más porque la historia no atrapa— y más allá de un reparto muy disparejo —grisáceo Jorge A. Jiménez como Colosio, Ari Brickman perfecto con sus manierismos salinistas, Ilse Salas descansando solo en su parecido físico con Diana Laura, convincente Jorge Antonio Guerrero como Mario Aburto Aburto—, el lastre de la teleserie es su planísimo guion. De este lado: el impoluto Luis Donaldo y la sufrida heroína de telenovela Diana Laura; del otro: todos los demás; a la mitad, dos policías tijuanenses (Alberto Guerra y Gustavo Sánchez Parra) que intentan resolver el magnicidio.
Pero no lo resuelven. Ni ellos, ni los guionistas. Pero no importa. El gran pecado de esta teleserie es que, si el culpable fue el narco, Salinas o solo Aburto, da lo mismo. Para chismes y teorías de conspiración, hay que volver a los clásicos. Ellos sí tenían imaginación.



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IM/CR

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