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Casa que perteneció a Hernán Cortes se vuelve moderno museo en el Edomex

Casa que perteneció a Hernán Cortes se vuelve moderno museo en el Edomex

Entornos lunes 19 de agosto de 2019 -

POR JAQUELINE RAMOS

Caminar por el Museo Hacienda de Santa Mónica es encontrar una aguja en un pajar; ahí se pierde la noción del tiempo, pues el pasado quedó detenido entre los muros, pisos, paredes, jardines y todos los rincones de este hermoso lugar, un verdadero paraíso citadino, enclavado en el municipio de Tlalnepantla, estado de México.

Si uno se pone atento, paso a paso se escuchan los ecos del caminar, las risas, los murmullos, y las plegarias de aquellos que un día trabajaron o moraron aquí desde el Virreinato, cuando surgió como un centro productor de cereales, molienda y almacenamiento de trigo, y alimentó a una amplia extensión de lo que hoy es la CDMX y el territorio mexiquense. O incluso antes, desde la época prehispánica, cuando esta zona dividía a los mexicas de los otomíes.

Actualmente, el Museo -con una extensión de 21 mil 800 metros cuadradoses una clase de historia viva. La gente tiene una cita con este sitio por su magnificencia. Su último dueño, Antonio Haghenbeck y de la Lama, la legó al pueblo mexicano al morir, el 4 de septiembre de 1991, a la edad de 89 años, igual que lo hizo con La Casa de la Bola, en la Ciudad de México, y la Hacienda de San Cristóbal Polaxtla, en Puebla, donde dejó una huella permanente de su paso por esta vida y su pasión por la belleza, el arte y su amor por los animales.

En 1526, Hernán Cortés encomendó las tierras de Teocalhueyacan a su tesorero Alfonso Estrada quien, a su muerte, las dejó en manos de su esposa Marina de la Caballería. Por el nombre, se pensaba que la Hacienda perteneció a La Malinche, pero nunca fue así.

El molino hidráulico funcionaba desde 1553, dos décadas antes de que la actual propiedad fuera adquirida por el Convento San Agustín, en 1573, quienes le dieron el nombre de Santa Mónica en honor a la madre del fundador de la Orden y adquirieron numerosas terrenos colindantes.

Durante ese periodo, la Hacienda de Santa Mónica llegó a ser una de las productoras más importantes de harina de la región, pues no sólo la producía sino que la transformaba.

En 1686, la propiedad pasó a manos de don Blas Mejía; se sucedieron luego varios propietarios, hasta que en 1947 Octavio Avilés Liceaga se la vendió a Antonio Haghenbeck y de la Lama. Hoy, quedaron atrás las haciendas y ranchos colindantes, derrumbados de poco en poco para dar paso a la modernidad, con sus ruidos y tráfico de autos, con los camiones y cláxones, y la gente que en gran número caminan sus calles.

Pero aquí, incluso se siente mal hablar en voz alta, porque el silencio es casi total y la paz envuelve una historia de siglos.

Verónica Lozano Ucha y Carmen Partido Rodríguez, coordinadoras del Museo Hacienda Santa Mónica y de Acción Educativa Cultural Antonio Haghenbeck y de la Lama, respectivamente, platican con ContraRéplica de este remanso de paz, ubicado en la calle Ignacio Manuel Altamirano número 3, colonia Ex Hacienda de Santa Mónica, en medio de una ciudad ajetreada que no para en su andar.

Lozano Ucha invita a un paseo por la Hacienda, que dice tiene una distribución de un palacio europeo del siglo XIX. Apenas se suben las escaleras, una esplendorosa imagen de la Virgen de Guadalupe se alza majestuosa en el lugar.

El camino es largo y cuidadoso par no dañar ningún objeto, todos los cuales son atendidos con sumo cuidado para su conservación. La Virgen en sus diferentes advocaciones, Jesús en distintos momentos de su vida, lo mismo la Santa Cena que la Cruz; arcángeles, ángeles y santos –como San Agustín, San Francisco y Santa Teresa o Santa Mónica - son una constante en cada cuarto, lo que dan fe de la gran devoción de Antonio Haghenbeck.

El Recibidor, el Billar, el Despacho del administrador, la Recámara de los Padres, la Recámara de Verano, la Recámara de Invierno, el Salón de Fumadores (o Salón Amarillo), el Salón de Costura, la Biblioteca, el museo (o Salón Verde), todas las habitaciones hablan de la personalidad y el buen gusto de un hombre que imprimió a su casa la máxima de que lo bello es bello.

Uno quisiera abrir las cajoneras, caer en sus suaves camas, pasar las manos por sus tapices, caer de hinojos en los reclinatorios, tocar la pintura a mano de sus paredes.

En cambio, los ojos miran los detalles, las colocaciones, leen El Quijote de izquierda a derecha y de arriba debajo en las incrustaciones de carey de una cajonera y quisieran, sin siquiera abrir el piano, hacer sonar una dulce melodía.

Antonio Haghenbeck dejó claras en sus paredes también su preferencia por la monarquía, y cuadros y retratos de Maximiliano y Carlota lo confirman. Incluso, hay dos fotos, una de cada uno de ellos, autografiados de su propio puño y letra. La riqueza de la ornamentación hace difícil grabar en la mente la pieza más hermosa, porque a una exquisitez le sigue la otra.

Su dueño consolidó y restauró el edificio reutilizando materiales de otras construcciones, principalmente de la casa de padres, ubicada en Juárez 58, en la Ciudad de México. Amante de viajar, muchas otras piezas fueron traídas del Viejo Mundo. Mesas, armarios, candiles, cajoneras y relojes forman importantes colecciones de artes decorativas, y destaca sin duda la de tapices europeos.

En el molino colocó una imponente chimenea de cantera y grandes pilares, además de una escalera de mármol. En ese lugar se encuentra un gran candil de hierro de más de 3 metros de alto, cubierto en hoja de oro, que representa a las tres Gracias y que fue utilizado en las fiestas conmemorativas del centenario de la Independencia de México.La Hacienda quedó suspendida en el tiempo, pero tan viva como cuando su dueño, sabedor de las riquezas que le guardan, quiso compartirla con el pueblo de México. Aún, un perro de alfarería lo mira desde una silla.

Hoy, podemos verla viva y vibrante.

Atrás los años de Independencia en que estuvo en riesgo de perderse. Sus puertas están abiertas y la hacienda es de todos...¡Vamos a conocerla! La casa palaciega abre los domingos, pero se pueden agendar citas entre semana. Su costo es de 30 pesos, pero hay descuentos con credencial de INAPAM o de estudiante.

Su agenda cultural es muy amplia los domingos.

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IM/CR

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