A Armando Villaseñor, maestro, amigo y siempre vivo
Cuando llegué a este bendito país, hace ya 28 años, me di cuenta de la sacralidad de ciertos días. Llegué un 15 de mayo, y entre la gente maravillosa y el clima fascinante, me di cuenta de que había llegado en el mes adecuado: Día del Trabajo, Día de la Madre, Día del Maestro.
No cabía de admiración viendo la entrega absoluta a estos días mágicos. Tres días de profundo análisis idiosincrático. El Día del Trabajo había desfiles y discursos; el Día de la Madre no cabía un alma en los restaurantes y el Día del Maestro se celebraba al profesor que trabajaba como cualquier otro día.
México se representa en sus festividades y sobre todo en la forma de vivirlas. En esto somos los mejores. Bueno, ¿y qué?, nos encanta festejar todo, hasta las ocurrencias.
Este es el único país que conozco donde el cura católico lanza personalmente cohetes y cohetones en las grandes fiestas religiosas. Lo nuestro es celebrar la vida, a las personas y a sus hechos relevantes.
Después me di cuenta de que el calendario rezumaba fiestas verdaderamente particulares como el onomástico de Benito Juárez. Yo logré entender muy rápido que el prócer zapoteca había dejado huella, pero no alcanzaba a entender por qué tanto recuerdo.
Avanzando los primeros y gozosos meses de renacimiento mexicano, acepté que había fiestas que se celebraban con amplia disposición, pero que la mayoría no sabía a qué se referían. El 20 de Noviembre y el 5 de Mayo resaltaban por su críptico sentido nacional. Valoré entonces el sentido de celebración más que el significado en sí.
La Iglesia católica ha dotado de una gran cantidad de festividades a países como España, del que provengo. Aspecto que nunca ha logrado la ciencia que tantos beneficios nos ha traído de otro tipo. Y ahí me volvió a sorprender este país católico, guadalupano y liberal. La religión no era la causa de la fiesta, sino la fiesta la que podía en un momento dado, hacerse medio religiosa. Entendí que este país es de vida y no de calendarios. Comprendí perlas lingüísticas cómo “echar la casa por la ventana”, celebrar los 15 años, ser compadre, asueto, “le bauticé a su hijo”... la fiesta en todo su apogeo cultural.
La Cuarta Transformación no debe triturar la confianza y la alegría vital a este país que vive el día a día con carácter de unidad y de fiesta. Sea lo que sea, y ojalá venga lo mejor, debemos mantener nuestra unidad, nuestra solidaridad y nuestro amor por la vida.
Estas ganas de vivir y ver la ciudad iluminada desde el Ajusco me convencieron de que mi vida estaba aquí.
•Director de Extrategia,
Comunicación y Medios