Dentro de un mes se
cumple el centenario de nacimiento de Doris Lessing (22 de octubre de 1919), autora del quinteto de novelas cuya protagonista es Martha Quest: Martha Quest (1952), Un matrimonio convencional (1954), Vuelta al hogar (1957), Al final de la tormenta y La costumbre de amar (ambas de 1958) todas acerca de la vida en África, donde vivió cerca de treinta años.
Poco tiempo después escribiría El cuaderno
dorado (1962) novela con la que trascendió su obra narrativa. En 2007 recibió el premio Nobel de Literatura. Los siguientes son fragmentos de su discurso titulado “No ganar el premio Nobel” (Alpha Decay, traducción de Juan Gabriel López Guix, 2008.)
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Vivimos en una cultura fragmentada, en la
que nuestras certezas de hace tan sólo unas décadas se ponen en entredicho y en la que suele ser común que los hombres y mujeres jóvenes, tras años de educación, no sepan nada del mundo, no hayan leído nada, sólo sepan de una u otra especialidad; por ejemplo de ordenadores.
Hemos vivido un invento increíble: los ordenadores, Internet y la televisión. Se trata de
una revolución. No es la primera revolución a la que se enfrenta la raza humana. La revolución de la imprenta, que no se produjo en el curso de unas pocas décadas, sino que se prolongó mucho más, transformó nuestra mente y nuestra forma de pensar. Temerarios como somos, la aceptamos plenamente, e igual que hacemos siempre, nunca nos preguntamos: ¿qué será de nosotros ahora, con esta revolución de la imprenta? Del mismo modo, nunca se nos ha ocurrido preguntar: cómo cambiará nuestra vida, nuestra forma de pensar, esta Internet que ha seducido tanto a una generación entera que incluso personas muy razonables confiesan que, cuando se enganchan, les es muy difícil zafarse del ordenador y al final descubren que se les ha ido el día en blogs y cosas parecidas.
Hace muy poco, todo el mundo, incluidos quienes tienen una formación somera,
respetaba el saber, la educación y nuestro gran acervo de literatura. Sí todos sabemos que cuando vivíamos en ese feliz estado la gente fingía que leía, fingía que respetaba el saber. Ahora bien, es un hecho documentado que las clases trabajadores tenían un anhelo de libros, y la prueba es la fundación de escuelas y bibliotecas obreras, los colegios populares de los siglos XVIII y XIX.
La lectura, los libros formaban parte de
la educación general.
Las personas mayores, al hablar con los
más jóvenes, deben entender en qué medida la lectura era una educación, porque los jóvenes saben mucho menos. Y, si los niños no saben leer, es porque no han leído.
Todos sabemos esta triste historia.
Sin embargo, no sabemos su final.
Pensamos en la vieja máxima. “La lectura llena al hombre”; y dejando de lado los chistes relacionados con el sobrepeso, la lectura llena a la mujer y el hombre de información, de historia, de toda clase de conocimientos.
Sin embargo, los habitantes de Occidente no somos el único pueblo del mundo. No
hace mucho un amigo que había estado en Zimbabue me habló de un poblado donde los habitantes llevaban tres días sin comer, pero seguían hablando de libros, y de cómo conseguirlos, de educación.
Pertenezco a una organización que nació con el propósito de llevar libros a los
poblados. Un grupo de personas que, en relación con otro asunto había recorrido de arriba abajo Zimbabue, me contó que, a diferencia de lo que se decía, los poblados están llenos de personas inteligentes, maestros jubilados, maestros de permiso, niños de vacaciones, ancianos. Yo misma pagué una pequeña encuesta para averiguar qué deseaban leer los zimbambuenses, y descubrí que los resultados eran los mismos que los de una encuesta sueca que no conocía. Los zimbambuenses desean leer el mismo tipo de libros que nosotros en Europa: todo tipo de novelas, ciencia ficción, poesía, historias policiacas, obras de teatro y libros prácticos, por ejemplo, sobre cómo abrir una cuenta de banco. Y también todo Shakespeare.
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El contador de historias está en lo más
profundo de cada uno de nosotros. El creador de historias siempre está con nosotros.
Supongamos que el mundo quedara asolado por la guerra, por los horrores que
todos podemos imaginar fácilmente. Supongamos que las inundaciones arrasaran nuestras ciudades, que creciera el nivel de los mares. A pesar de eso, el contador de historias seguirá ahí, porque nuestra imaginación es lo que nos da forma, nos mantiene, nos crea, para lo bueno y para lo malo. Son nuestras historias las que volverán a crearnos cuando estemos rotos, heridos, incluso destruidos. El contador de historias, el creador de sueños, el hacedor de mitos, ése es nuestro fénix, quien nos representa en lo mejor y lo más creativo.
Esta es la última entrega de los Azares
Literarios. Agradezco este espacio a ContraRéplica, a su director Rubén Cortés, a su subdirectora Eunice Ortega y a la coordinadora de Entornos, Martha Rojas.
Fue un placer.
Delia Juárez G. Editora y traductora. Es
autora del libro Gajes del oficio. La pasión
de escribir (2006); y de las antologías colectivas: Y sin embargo yo te amaba. 12
escritores interpretan a José José (2009),
Mudanzas (2011), Anuncios clasificados
(2013) y Así escribo. 53 escritores mexicanos
y el misterio de la creación (2015).