Hace dos días su vida era la misma, vestían ropa fresca, vestidos, shorts, playeras sin manga o corta por los fuertes calores de más de 30 grados y la humedad por las tardes en Coatzacoalcos, Veracruz.
Como si fuera el guión de una película de terror, familiares de 28 personas asesinadas la noche del martes, fueron a reconocer sus cuerpos al Servicio Médico Forense.
La noche del martes, quizá avisaron
en sus casas que saldrían y volverían más tarde. Tal vez dejaron dicho que irían a tomar algún trago o incluso le llamaron a algunos de sus amigos o compadres para que los acompañaran al Caballo Blanco, el table.
Esa noche se hizo noticia, se dice que
al menos unos cinco sujetos entraron al bar, dispararon sin ton ni son y después echaron gasolina para prenderle fuego.
Un drama total, una historia de terror, insisto.
El fotoperiodista Ángel Hernández,
de Cuartoscuro, acudió a la Servicio Médico Forense para cubrir la noticia con imágenes de los familiares.
El resultado: tomas dolorosas, aterradoras y desgarradoras.
El dolor no tiene clase social, ni mucho menos algún tipo de enjuiciamiento.
Cuatro mujeres, esposas o madres.
Sumidas en la incredulidad, en la negación de que sus hijos, esposos o familiares salieron el martes por la noche
para no volver.
Fotografías que seguramente tocan
fibras emocionales del fotógrafo, que a pesar de ser alguien ajeno a la tragedia, se vuelve parte a la hora de estar allí, de escuchar el llanto, de ser testigo del clamor de quien se queda sola de la noche a la mañana, literalmente.
Hay que saber ser profesional ante
estas escenas. También hay que saber actuar sigiloso entre las multitudes, tratar de no hacer mucho ruido, de no llamar la atención, de no ser identificado como el extraño que nos fotografía un pesar que no es suyo.
Los fotoperiodistas que cubren nota
roja, saben que hay escenas en donde no pueden aparecer porque sí, con su cámara y haciendo su trabajo. Hay zonas ya marcadas en todas las ciudades, donde ir a hacer tu trabajo periodístico es poner en riesgo tu vida.
Es como si existiera un protocolo en
este tipo de sucesos, y quienes han dedicado su vida a este tipo de fotoperiodismo, lo saben. Ángel publica en la agencia, dos imágenes de dos grupos de mujeres distintas consolándose entre ellas mismas, mientras lloran y se abrazan.
La mujer de blusa amarilla que abraza a la de blusa azul, está afligida desmesuradamente, dolida, ella tiene dolor
y mucho.
En primer plano, la señora de playera
azul que se pone la mano en la frente, más que dolor, es de angustia, de incertidumbre. ¿Qué haré ahora? ¿Cómo le diré a la familia? ¿Por qué tuvo que estar allí? ¿Qué estaba haciendo en un table dance? ¿Por qué Israel, Ulises, Marco, Osuky, Antonio, o Brayan?
Esta es una de esas fotos que se siente el dolor, la pesadumbre, el estupor, la impotencia de no haber podido convencerlos de esa noche no salir, de quedarse en casa y despertar vivos al amanecer.
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