Y en nuestra gustada sección “Historia por decreto”, esta semana se estrena el capítulo: “El neoliberalismo ha Llegado a su fin”, original de nuestro amado líder, Andrés Manuel López Obrador. Me da gusto que el gobierno de la 4T no haya perdido esa bonita tradición en la que los presidentes se dedicaban a contarnos la historia desde su muy libre interpretación e incluso la escribieran a decretazos.
Así lo hizo Miguel Alemán con unos huesos encontrados en Chapultepec durante una excavación los cuales por su real gana determinó que eran los restos de los mismísimos Niños héroes que en 1847 se las ingeniaron para morir juntos —entre cerca de 900 muertos más—, se consiguieron un sepulturero que los enterró juntitos y además les incluyeron acta de nacimiento, credencial del INE, pasaporte, muestra de ADN, árbol genealógico y una serie de selfies, pruebas irrefutables que llevaron al presidente Alemán a dar por bueno el hallazgo.
Pero no contento con el asunto de los niños héroes, y luego de que fueron hallados y autentificados los restos de Hernán Cortés (1946-1947), “el ratón Miguelito”, como le llamaban al amado líder de ese sexenio, decidió que también era hora de encontrar los de Cuauhtémoc, y ¡zas! de pronto aparecieron en Ixcateopan (1949), Gro., gracias al nacionalismo a ultranza de la maestra y arqueóloga Eulalia Guzmán que seguramente también creía que los españoles celebraron la caída de Tenochtitlan comiendo tacos de carnitas.
Al presidente le informaron que en la excavación había huesos de mujeres y de niños, pero nada parecido a los huesos de un tlatoani. Alemán se lo tomó con calma y ¿por qué no? decretó que los restos encontrados sí eran de Cuauhtémoc. Pero la prensa siempre malora, malaleche, fifí y complotista publicó que “sí eran los de Cuauhtémoc pero de cuando era niño”.
A Luis Echeverría también le dio por los decretazos históricos. Durante su sexenio, el gobierno se echó varias perlitas, como aquella de septiembre de 1971 en la que el Senado estableció que el verdadero consumador de la independencia había sido Vicente Guerrero y de un plumazo borró a Iturbide; durante su última ceremonia del grito, el presidente aclamó a Guerrero como el consumador de la independencia y ni siquiera una mencioncita para el jefe del Ejército Trigarante y como corolario le cambiaron el significado original a los colores de la bandera (independencia, religión y unión): el verde era la esperanza de ver una patria más grande, más fuerte y más libre; el blanco la pureza de la juventud mexicana y el rojo, la sangre de un pueblo vigoroso.
Ahora le ha tocado al Presidente López Obrador quien decidió no quedarse atrás; le entró de lleno al tema y decretó el fin del neoliberalismo para siempre jamás. Como si fuera tan fácil. Su guión histórico necesitaba un gran villano que fue cultivando durante años: Salinas de Gortari, el Thanos mexicano, el innombrable, el jefe de jefes de la mafia del poder, el siniestro, el truculento, el maquiavélico y el perverso orquestador del neoliberalismo que nos sumió en las sombras por más de 30 años.
▶ Hoy todos los mexicanos hemos quedado liberados y redimidos. Qué ciegos estábamos, qué indolencia la nuestra, qué sumisión más abyecta nos llevó a vivir durante 30 años dentro del neoliberalismo, origen de todos nuestros males y miserias.
Ojalá todo fuera tan simple como para borrar el pasado de un plumazo y a otra cosa mariposa. Desde luego, Salinas debió ser llevado a juicio al terminar su sexenio, por corrupción y otras monadas, pero el problema con la historia por decreto es que no hay matices, es la historia de los absolutos, o conmigo o contra mí; es el discurso que llama a la destrucción para construir sobre las ruinas, es la historia de la tierra arrasada donde no hay un resquicio para reconocer que no todo eran tinieblas y oscuridad.
Si venimos de las tinieblas de la política mexicana, la 4T debería empezar por reconocer que toda la clase política actual, sin excepción, nació, creció y se desarrolló en esa oscuridad y en mayor o menor medida contribuyó a su consolidación.