Cuando se abrió el elevador, la flechita marcaba para abajo, pero nos dijeron “sube”, y muchos se la creyeron. Para ingenuidades... y seguimos en lo mismo porque todos los indicadores, todos, marcan para abajo, envueltos en mentiras, cada vez más descaradas, cada vez más grotescas. Vivimos una farsa monumental.
Disfrazar soldados no es una estrategia de seguridad.
Destruir instituciones y aventar cheques no es política social. Tirar recursos en proyectos absurdos no es invertir en desarrollo. Hundir a los hospitales públicos no es una política de salud. Eliminar evaluaciones no es educar. Arrebatar becas no es apoyar a la ciencia.
Hermanarse con grupos religiosos no es respetar la
laicidad. Defender dictadores, agacharse frente a un fascista, insultar a naciones amigas y esconderse del mundo, no constituyen una política exterior, al menos no una digna de este país.
Repartir amenazas, y acumular falsedades e incoherencias, tampoco es una gran comunicación, como creen muchos, con deleite o con resignación, da
igual. Simplificar hasta el ridículo y polarizar hasta la obscenidad, no es una gran comunicación. Eliminar los matices y las complejidades; nunca abrir una disyuntiva; burlarse del conocimiento, y del análisis, y de la opinión, no es una gran comunicación. El
abuso del poder para distraer con trivialidades, y
para trivializar las tragedias, y para manipular una desesperación colectiva y sembrar esperanzas delirantes, no es una gran comunicación. Otorgarles tal rango a esas chicanas, equivale a colocar a una banda de narco-corridos junto a Mozart en el panteón de los dioses de la música. Total, llenan estadios, y lo que importa es el aforo, y es desde ahí, desde las antípodas de la grandeza, que el gobierno decreta la derrota moral de sus opositores, los herejes que exige el nuevo catecismo. Semejante soberbia existencial sólo puede volar en una atmósfera enferma, promotora de venganzas disfrazadas de una justicia que nadie se traga. De hecho, son los tiempos del sálvese quien pueda en los que mejor afloran las cobardías predecibles: las de los actores de reparto, adictos a su fototropismo, sonriendo a cualquier reflector, a la nada… y las de los potentados cuyo patriotismo repta sólo hasta los linderos de “sus” concesiones.
Cuando nace un nuevo mundo en el que las idioteces son el nuevo sentido común, y en el que señalar
obviedades es una temeridad, se cruzó ya un Rubicón, y se ingresa a un lugar muy oscuro. Es el tipo de lugar al que eventualmente se llega cuando se aplaude lo que no se debe aplaudir y cuando se calla lo que no se debe callar. Podrían ser los aplausos y los silencios más caros de que tengamos memoria...
Y, sin embargo, sabemos que el destino manifiesto
no existe, y sabemos que hay buenas reservas de conciencia y de dignidad. Con eso alcanza. ¿Derrotados? Mangos.
•Director General de Causa en Común.
@japolooteyza