En torno al calentamiento global que sigue siendo tema poco relevante para los gobernantes, tenemos a quienes aseguran que es consecuencia de una actitud irresponsable de parte del ser humano y, por el otro lado, a los que atribuyen los cambios a fuerzas naturales, como la actividad solar, movimientos circulatorios en el océano y algunas otras. Lo cierto es que, entre muchas medidas, urge desalentar el crecimiento poblacional para salvar al mundo.
Hay quienes piensan que este asunto, además de “sólo estar de moda”, es un tema reciente, pero resulta que el primero en abordarlo fue el sueco Svante Arrhenius, en 1896, quien explicó por primera vez el “efecto invernadero”.
El tema fue menospreciado durante ocho décadas, hasta que en 1988 se estableció el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático por el Programa Medioambiental de las Naciones Unidad y la Organización Mundial Meteorológica, en ese momento se reconoció la gravedad del fenómeno y de sus variantes.
Una de esas manifestaciones es el llamado Niño-Oscilación del Sur (ENOS), que se genera por el calentamiento de las aguas oceánicas y afecta periódicamente el clima desde el Pacífico, cerca del Ecuador, alterando las lluvias, inundaciones, tormentas y sequias en todo el planeta.
El ENOS ha demostrado su capacidad de modificar los patrones de circulación en la atmósfera, al grado de que puede causar inundaciones en India o Australia, o diluvios en la costa oeste de Sudamérica, según advierten los especialistas de la mayoría de las universidades del mundo.
El Departamento de Meteorología de la Universidad de Hawái descubrió que El Niño mostró durante los últimos 40 años su lado más trágico: el llamado “Súper El Niño”, una versión más intensa del fenómeno con consecuencias más devastadoras.
Hasta ahora no disponemos de convenciones universales para medir el cambio climático, debido a la incertidumbre sobre el tema, pero hablamos de un problema global y difícil de resolver por los países de manera individual, por lo que en 1998 se acordó el Protocolo de Kyoto, que busca la participación colectiva para reducir las emisiones de gases invernadero, sólo que ya ha registrado serias deserciones, como las de Estados Unidos y Australia.
Los políticos (y en este caso también los científicos) son incapaces de ponerse de acuerdo, pero en incontables ocasiones nos recuerdan los caminos para atenuar los efectos de la acción del hombre sobre el cambio climático; destacan reducir el número de automóviles particulares, aumentar el uso de la energía solar y eólica, desalentar el crecimiento de la población, y abatir el consumo de elementos suntuarios.
Simultáneamente se pide reducir el área destinada a la producción de carne y granos, crear líneas internacionales de crédito para amortiguar las consecuencias del efecto invernadero y aumentar la inversión en ciencia y tecnología.
A estas alturas, es innecesario recordar las consecuencias del cambio climático y tal vez también sea ocioso aportar nuevas argumentaciones, pero al margen de lo que digan los políticos, asumir nuestra parte de responsabilidad no estará de más.