La juventud se encuentra en un estado de profunda decepción histórica: bajos salarios, largas jornadas laborales, subcontratación, posiblemente pensiones miserables o inexistentes, aunando, en el caso mexicano, la terrible crisis de violencia imperante, sumando una desacreditación profunda de la clase política y empresarial beneficiada con las políticas de un neoliberalismo variopinto, que merece un serio análisis para comprender sus resultados en las diversas sociedades donde se estableció.
Todas las consideraciones expuestas son una explicación contextual del éxito de los movimientos antisistémicos, que prometen una redistribución de la riqueza más equitativa y un acceso a la justicia social incluyente, sumando la posibilidad de resolver los problemas de la violencia desatada en nuestro país. Efectivamente, las campañas prometen demasiado, el mundo exige demasiado, y tal pareciera que precisamente quieren escuchar soluciones rápidas a problemas complejos. Ciertos grupos antisistémicos han comprendido esto, y lo han explotado sin pudor alguno.
Qué más que fuera realizable todo en beneficio de la ciudadanía, pero no podemos descuidar otro aspecto que considero es uno de los más terribles para lidiar con esta crisis social que nos está devorando. Esa misma juventud luchando en Santiago o en Valparaíso o combatiendo la dictadura izquierdista de Evo Morales, en Bolivia; es la misma que podemos ver en todo el mundo cargando con una realidad muy nociva para su causa: somos hijos del neoliberalismo.
El neoliberalismo, con su veta economicista y técnica, encaminada a lo que Martha Nussbaum denomina “educación para la renta” (Sin fines de lucro), se ha depositado en el alma de una juventud que no se entiende a sí misma como portadora del germen de lo que es quizás la peor cara del sistema: la educación. Una educación encaminada simplemente a la generación de riqueza de los grandes capitales, que apostó por una pauperización del sistema educativo crítico que podemos considerar la mayor herencia que Occidente creógracias a la filosofía, y a su hija: la ciencia. La crítica surge de la confrontación con la diversidad de pensamientos, con lo incorporación de categorías aportadas por las más diversas disciplinas: filosofía, historia, literatura, música, etc.
Disciplinas todas ellas denostadas por las políticas educativas tecnocráticas que prejuiciaron a una juventud que no puede lanzarse a la lucha sin la incorporación del humanismo en su alma.
La pauperización del espíritu tiene por consecuencia que ese desencanto juvenil, de suyo perfectamente justificado, sea una presa de viejos jugadores de la política. El mayoritario desprecio, o mejor dicho, la ignorancia de un sistema ultramaterialista hacia las humanidades, torpedearon a una juventud que requiere recobrar la esperanza, de saberse protagonista de la historia, pero no a través de una ingenua entrega al discurso de los populistas, a una jerga pedestre indigna de la generación más educada de la historia.
•Catedrático de la Universidad del
Pedregal