• “En tiempos como estos, el mundo necesita fotoperiodistas que arriesguen sus vidas en la búsqueda desinteresada de la verdad”, Mohammed Elshamy
Las protestas civiles siempre las he considerado como cientos o miles de pequeñas granadas que caminan bajo algún tipo de ideal, de exigencia, de reclamo y que ante cualquier movimiento violento, pueden explotar.
El ser humano por naturaleza, se defiende ante cualquier tipo de posible agresión. Sabe reprimirse o encenderse para proteger su integridad o a los suyos; y si es necesario nos convertimos en el coraje de una mamá oso que cree que alguien le hará daño a su pequeña cría.
Eso pasa con nosotras, hemos aprendido a valernos por nuestra cuenta y no nos ha quedado de otra mas que a prepararnos para cuidarnos en las hoy calles, inseguras de la Ciudad de México.
Y digo Ciudad de México, porque es donde se llevó a cabo la marcha de este viernes pasado y donde los delitos contra nuestro sexo, han ido en aumento, sin ningún tipo de empatía y respuesta por parte de las autoridades.
Nos volvimos malas, el viernes nos convertimos en mamás, hijas, amigas, primas, hermanas, comadres y todo aquél lazo de sangre para defendernos, para encapsularnos y exigir justicia por las que ya desaparecieron, por las que tomaron un taxi y concluyeron su viaje donde nunca pensaron, por las que se vieron violentadas por un cuerpo asqueroso sobre ellas y que hoy, nadie las escucha, ni las cobija.
Lo que inició como protesta, se volvió un disturbio civil y finalmente una revuelta femenina.
Los fotoperiodistas fueron presas de la rabia, de la energía desmedida, de la fuerza desbocada.
Las mujeres no querían hombres, las feministas repudiaban la presencia masculina en su camino, y se vale. Era su marcha, eran sus gritos, era su espacio.
Lo que no se vale, es la agresión innecesaria a profesionales que trabajan para justo, replicar lo que ellas hacían y buscaban. Los fotoperiodistas no se escaparon de lanzadas de polvo, de lastimarles los ojos con la diamantina, o con el aerosol que lanzaban al aire.
Mohammed Elshamy, fotoperiodista de 23 años que huyó de Egipto, su país, después de que fuera arrestado por la policía y de que esta lastimara a su familia, por su trabajo del golpe militar.
Hoy es parte del movimiento Lentes de Exilio, coordinado por el Comité para la Protección de los Periodistas donde fotoperiodistas que han tenido que huir de sus países por algún tipo de tortura y amenaza, pueden contar sus historias a través de sus imágenes.
El fotoperiodista que vemos aquí, es mexicano, su nombre es Cristopher Rogel Blanquet, se arriesgó a salir con su equipo e ir a hacer su trabajo, pero algo salió mal.
Siempre ha sido comprometido con el periodismo, con informar, con hacer buena foto, con todo y todo y hoy lo volvió a demostrar.
A inicios del año, acompañando a la Caravana de Migrantes tuvo que correr y en la desbandada, perdió uno de sus lentes. No supo qué hacer, no podía ir en contra corriente y recuperarlo. Lo perdió.
Hoy también mantuvo la calma, aguantó porque ese es su trabajo y esa es su pasión: documentar a través de imágenes.
Mantuvo la calma, con todo y batazo y pérdida de lente. Aguantó. Como un profesional, como un fotoperiodista.
Mientas que las mujeres siguieron bramando enfurecidas, porque un día fueron violentadas y porque ya no lo soportarán más, acabaron su marcha con sangre y desmanes en las calles, esas que también han sido testigos de los abusos y que se han quedado calladas.
“Podemos ser arrestados, secuestrados, traumatizados e incluso asesinados, pero seguimos informando sobre las tragedias del mundo, y documentando la verdad”, Elshamy
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