Entornos
Por Peter Handke
Al mecánico Josef Bloch, que había sido anteriormente un famoso portero de un equipo de fútbol, al ir al trabajo por la mañana, le fue comunicado que estaba despedido. Sea como sea, Bloch lo interpretó así, cuando al aparecer por la puerta de la garita donde los obreros estaban descansando, solamente el capataz levantó la vista del almuerzo, así que se marchó de la obra. En la calle alzó el brazo, pero el coche que pasaba por allí en aquel momento no era un taxi –tampoco lo hubiera sido si Bloch no hubiera levantado el brazo para hacer señas a un taxi–. Finalmente escuchó el sonido de unos frenos; Bloch se dio la vuelta: a sus espaldas estaba un taxi y el taxista decía algo malhumora- do; Bloch se dio la vuelta de nuevo, se metió en el taxi y dijo que quería ir al mercado.
Era un bonito día de octubre. Bloch se comió una salchicha caliente en un quiosco y después, atravesando la zona de los puestos, se fue a un cine.
Todo lo que veía le molestaba; intentó ver lo menos posible. Dentro del cine dio un suspiro de alivio.
Al entrar le sorprendió que la taquillera contestara con un ademán muy natural al gesto que hizo al poner el dinero en el plato giratorio sin decir palabra. Observó que junto a la pantalla había un reloj eléctrico con la esfera luminosa. A mitad de la película oyó que sonaba una campana; se quedó pensando durante un rato si había sonado en la película o venía de fuera, de la torre de la iglesia que estaba junto al mercado.
Al salir a la calle se compró unas uvas, que en esa época del año eran muy baratas. Siguió andando, comiéndose las uvas por el camino y escupiendo las pielecitas.
En el primer hotel donde pidió una habitación no le admitieron, porque llevaba solamente una cartera.
Cortesía Alianza Editorial