• “Hay algo que la fotografía siempre debe contener: la humanidad del
momento”, Robert Frank.
C
uando iniciamos como fotógrafos siempre pensamos en los proyectos más ostentosos y laboriosos, porque creemos que allí estará el éxito o el elemento diferencial con el resto de nuestros colegas.
Pero no siempre es así, a estas alturas todo ya ha sido visto, lo que cambia
es la manera en que lo interpretamos cada quien. Bajo nuestra propia mirada, temperamento, experiencia y búsqueda visual.
En menos de una semana, se han ido
dos grandes fotógrafos que hicieron lo que quisieron y dejaron huella en mundos opuestos, pero trascendieron tanto que marcaron un estilo que muchos jugamos a imitarlos alguna vez.
Peter Lindbergh, fotógrafo de moda y
el día de ayer, el mejor documentalista en la historia estadounidense Robert Frank.
Curioso porque Frank comenzó siendo
fotógrafo de moda, por ahí de los años 40, 50 en Zúrich y después de su llegada a Estados Unidos, trabajó para revistas como Fortune, Life o Harper´s Bazaar.
▶ A él no le gustó el
mundo de lujos, excesos y de farándula. Prefirió adentrarse en el nuevo país al que había llegado para conocerlo, saborearlo y por supuesto, fotografiarlo.
No fue tarea fácil, pero
logró capturar a esa sociedad de postguerra.
Su trabajo más emblemático e inspirador, fue ese, el cual nombró The
Americans con el que después recorrió el mundo entero con su exposición y su magnánimo libro en blanco y negro, el cual solo tiene 83 fotos, de tan solo 27 mil retratos tomados en todo su viaje.
No solo me gustaba por su pasión por
capturar lo más humanamente posible lo que veía, porque aunque suene fácil, no lo es. Me gustaba su visión sobre el mundo, sobre su crudeza y oscuridad.
Robert Frank citaba al gran escritor
francés, Saint-Exupéry y eso lo colocaba en mi estante de fotógrafos admirados por su sensibilidad, cosa que es complicado en un gremio donde el ego es el principal atributo de todo profesional de la lente. Era fiel creyente que “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.
Otro mito roto en la vida de un fotógrafo famoso y reconocido, es que alrededor
de él solo hay felicidad, reconocimiento y diversión.
Su vida personal fue trágica, con su
primer esposa tuvo dos hijos y a pesar que se separó de ella y volvió a casarse, su hija murió en un accidente aéreo y su hijo se suicidó a causa de una enfermedad mental.
Aún así, siguió. Quizá con una mirada
triste, en solitario, siguió.
Recibió múltiples premios, como el de
la Fundación Hasselblad, uno de los más importantes en el mundo de la fotografía, de los más recientes el de PhotoEspaña. Fundó la Fundación Andrea Hank con el objetivo de prestar dinero a artistas para que concluyeran sus proyectos y los hicieran salir a la luz.
Hoy a tan solos dos días de su muerte, me descubro otra faceta de mi admiración, la de su actitud a la vida en su
mundo personal.
Un fotógrafo que decidió retratar lo
que sentía, pero con otros rostros, con miradas desconocidas en escenarios que sí conocía.
A los 23 años llegó a Estados Unidos
y su trabajo le dio la vida necesaria para llegar hasta los 94, bien vividos, bien fotografiados y con un gran legado al mundo artístico y social.
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