El arte... no es lo bello

Otro mito es que el arte debe ser bello. Pero aclaremos algo, cuando pensamos en que algo es bello es porque a menudo creemos que la belleza es imitar con perfección técnica las cosas tal como aparecen en la realidad. Por lo menos ese fue el argumento del juicio que usó Avelina Lésper para señalar que la pintura La Revolución, de Fabián Cháirez, es mediocre. Según ella, la pintura es mala porque el caballo está desproporcionado. Su postura nos remite a los preceptos más retrogradas de la historia del arte.

Los griegos creían que el fin del arte era imitar con exactitud la armonía de la naturaleza. Tekné es la palabra para nombrar el "saber hacer" o la calidad técnica de algo. Estos supuestos fueron popularizados en el siglo XVIII en el contexto de la ilustración. Immanuel Kant sostuvo que no era posible demostrar que algo era bello, solo se podía hacer una crítica de ello. Según él, reconocer la belleza era una facultad subjetiva universal, un rasgo de la conciencia civilizada. De ahí el mito de que las obras de arte deben ser universalmente bellas para todos, independientemente del contexto o de la percepción que alguien tenga de ellas.

El problema es que para él y otros filósofos la belleza se refiere a los valores burgueses europeos. Katya Mandoki en su libro Estética cotidiana y juegos de la cultura, dice que la libertad, el desinterés y el individuo fueron valores atribuidos a las obras de arte en el inicio de la sociedad capitalista. Desde ese momento, la función de las Bellas Artes se limitó a la imitación de la naturaleza y a la representación de las virtudes de las clases altas europeas.

Afortunadamente esto dejó de ser vigente desde hace mucho tiempo. Hoy sabemos que los estándares occidentales de belleza no son los únicos, aunque a menudo se han impuesto a otros pueblos. Cada cultura y contexto social pueden defender sus propias definiciones de lo bello.

En las artes, la creatividad es algo más importante que la mera recreación de lo que el ojo percibe. Esto lo demostraron obras como Las señoritas de Avignon (1907) de Picasso, un cuadro que en su momento fue considerado horrible debido a que el artista pintó cuerpos desproporcionados de mujeres prostitutas, y que hoy es una de sus obras más importantes. Lo mismo sucedió con Blanco sobre blanco (1918) un cuadro de Malevich que, literalmente es solo un cuadrado blanco sobre un fondo blanco en un lienzo. ¿Por qué son tan importantes dichas obras? Simplemente porque demuestran que la función de la pintura no se reduce a la representación perfecta de la realidad, algo que termina siendo usado como decorativo, sino ¡una acción que nos pregunta por el sentido que rige esa realidad!

En nuestra época, no es la apariencia de las obras lo que las vuelve trascendentales, sino la aplicación que cumplen para mostrarnos propiedades y posibilidades más allá de lo que cotidianamente estamos acostumbrados a concebir. La misión del arte no es imitar lo que el ojo ve, sino llevarnos a una realidad adicional que nos enseña nuevos sentidos de ella, y el cuadro La Revolución ha cumplido con ese cometido.