Jorge Ramos es un periodista polémico y fiel a su estilo. Protagónico sí, pero implacable con el poderoso. Ha ganado fama por su cuestionamiento frontal a quienes aceptan sostener una entrevista con él. Un duelo verbal, a veces agresivo, entre el informador y el personaje de interés público. En Youtube es posible descargar los videos de sus encuentros (¿desencuentros?) con Donald Trump, el ex presidente Salinas de Gortari, o la famosa entrevista donde puso en problemas a Enrique Peña Nieto para explicar las causas de muerte de su esposa. En todas esas ocasiones, los seguidores de López Obrador lo celebraron. Lo consideraban uno de los grandes periodistas contemporáneos. Esa apreciación cambió la semana pasada cuando se metió con AMLO.
Lo propio de los fanáticos es juzgar la misma cosa con dos lentes distintos, dependiendo si los favorece o no. Ramos, insisto, es fiel a su estilo y simplemente trató al presidente mexicano igual que a todos sus entrevistados: con dureza crítica. No obstante, los admiradores de AMLO enfurecieron con rabia fanática.
El viernes, Ramos se presentó en la conferencia mañanera del presidente López Obrador y lo colocó en una situación apurada para explicar las estadísticas oficiales de homicidios. El mandatario mexicano no solamente exhibió un limitadísimo manejo de sus propios números, sino que tuvo una respuesta evasiva frente al cuestionamiento por su pasividad ante los insultos de Trump a México. Ramos también defendió el derecho de los reporteros para no revelar sus fuentes, en referencia a la filtración de la carta al rey de España.
La verdad es que a mí me pareció digna de reconocimiento la disposición presidencial a someterse a ese interrogatorio. Otros no lo hicieron. Hay que ver lo que le han escrito a Ramos en redes sociales por su intervención en la conferencia mañanera.
Un ataque tras otro a su persona, cada descalificación más grosera y brutal que la anterior. Esto parece confirmar aquel estudio del ITESO cuyos resultados revelaron la existencia de una legión de bots dispuestos a hostigar a cualquier crítico del presidente López Obrador. Sospecho que a Ramos lo tiene sin cuidado. Él vive en otro país donde no pueden alcanzarlo las amenazas de censura ni la violencia verbal de los twitteros.
Lo preocupante es la situación de los reporteros críticos que viven en México. Ramos no cambió, ni se vendió a ninguna mafia, sino que hizo su trabajo del mismo modo que siempre. A su manera, igual que la revista Proceso, Ramos se mantiene crítico del gobierno, sea quien sea el titular. En el pasado, muchos periodistas se distinguieron por su estilo insumiso. Hoy son suaves y apacibles en su trato a la actual administración. Las simpatías ideológicas son legítimas. La renuncia a la vocación crítica no.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel