Las autodefensas son uno de los signos más claros de la derrota de los gobiernos en las regiones en que la violencia se salió de cauce. Son un tema escabroso. Muchas de ellas, en efecto, surgieron ante la desesperación que imperaba donde grupos de bandidos controlaban la vida y la hacienda de las personas.
Responden, sobre todo, a la ausencia de instituciones fuertes y a una policía eficaz. El caldo de cultivo en el que surgen es precisamente en el que la sociedad no tiene a quién acudir cuando el crimen organizado empieza a cobrar derechos, como el de piso y el de la seguridad.
No hay que confundirlas con las policías comunitarias, ya que estas tienen una lógica distinta y están arraigadas en usos y costumbres de las comunidades indígenas, sobre todo en Guerrero.
En la Secretaría de Gobernación anunciaron que están dialogando con algunos grupos de autodefensas que en teoría están interesados en deponer las armas.
Son criminales y la propia autoridad lo acepta al revelar que llevan años enfrentándose unos a otros y que ya están cansados. Da igual si se les quiere llamar crimen organizado o no.
Hace unas semanas el subsecretario Ricardo Peralta tuvo un encuentro con los integrantes de la columna general Pedro José Méndez que opera en Tamaulipas. Son pájaros de cuenta y las autoridades, desde hace años, los han ligado al Cártel de Golfo.
Es un terreno bastante resbaladizo por el que están transitando los encargados de la política interna, y no hay datos que eso pueda terminar bien.
Sin duda es loable la intención de terminar con la violencia, de devolver la tranquilidad y de construir la paz, pero si esto no se hace bien las consecuencias pueden ser mucho peores que las que ya se están enfrentando.
El modelo de las autodefensas con apoyo o tolerancia de los gobiernos fracasó. Tuvo momentos importantes y en particular en Michoacán, donde contribuyeron a debilitar a Los Caballeros Templarios y a recobrar niveles aceptables control, que ya no existen.
Al negociar, lo que se propiciará es el empoderamiento y se generarán dinámicas delincuenciales todavía más profundas. Ningún grupo u organización renunciará a los dividendos del control de los mercados ilegales y sobre todo en zonas donde existe una disputa, que es lo que motiva la violencia.
La ruta, en todo caso, debe ser la de llevar las instituciones del Estado a los lugares que están en llamas y demostrar que las autoridades se puede hacer cargo y que la situación no es irremediable, por difícil que sea.
Claro, esto es más complicado y se requiere de un trabajo largo, de coordinación entre órdenes de gobierno y de la dignificación y profesionalización de los cuerpos de seguridad estatales y municipales.
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