La expresión inglesa bully pulpit (grandioso púlpito) se refiere a la ventajosa posición para ser escuchado que tienen algunos líderes. El término fue creado por el presidente estadounidense Theodore Roosevelt, quien veía en su cargo una plataforma extraordinaria para impulsar su agenda política, centrada en la lucha contra la corrupción, mediante la influencia de sus ideas y argumentos en la vida pública. El neoyorquino sabía que la oficina presidencial le ofrecía ese poder extraordinario: la capacidad de ejercer presión en la opinión pública para fortalecer su posición y debilitar la de la oposición.
Teddy Roosevelt llegó a la presidencia estadounidense en 1901, tras el asesinato de su predecesor William McKinley, en cuya administración fungió como vicepresidente. Su carrera en el servicio público lo había convertido en una figura progresista destacada. La lucha contra la corrupción policial que había marcado su trayectoria continuó en su labor como presidente, durante la cual promovió la regulación de los monopolios y la erradicación de prácticas comerciales injustas.
Los esfuerzos de su administración contra la corrupción fueron acompañados de una innovadora aproximación de comunicación pública. Su estrategia de comunicación se basó en una relación cercana con la prensa. No es casualidad que durante su presidencia, por primera vez, la Casa Blanca habilitara una oficina de prensa para mantener contacto con periodistas y reporteros de todas las corrientes ideológicas por igual. Tampoco que las estrechas relaciones de Roosevelt con los periodistas inventaran un nuevo tipo de declaración: las off record o fuera de registro, en las que el presidente daba información sobre sus detractores para ayudar a los periodistas a hilvanar posibles historias de corrupción.
Acaso una de las principales razones para esta aproximación a la comunicación pública se debió a las grandes capacidades de comunicación de Teddy Roosevelt.
Escritor prolífico y amigo de los principales comentadores de la época, Roosevelt supo que su capacidad de discutir con el público necesitaba un periodismo dinámico, capaz de dialogar con el presidente, pero también de cuestionarlo y enfrentarlo de ser necesario. La buena relación del presidente con los periodistas, como describe Doris Kearns Goodwin en The Bully Pulpit, se basaba en la simbiosis entre la búsqueda del presidente de comunicar y la responsabilidad de los periodistas por reportar.
Hace más de 100 años quedó claro que una relación constructiva con la prensa puede ser fundamental para un gobierno que busca ser transformador. Roosevelt ejemplifica que, en una democracia, el poder de un presidente frente a la prensa radica en la fortaleza de sus argumentos y su capacidad de interlocución. Por el contrario, el enfrentamiento, las amenazas y la anulación de la prensa son mecanismos característicos de los gobiernos totalitarios. Baste el recordatorio para calificar a quienes hoy se hacen pasar por progresistas y transformadores.