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El misterio de Silver Lake

El misterio de Silver Lake

Columnas jueves 13 de junio de 2019 -

“La cultura pop es ahora la única cultura, un lago en el que todos nadamos. Pero hay cosas que están sucediendo, sin que nosotros lo sepamos, bajo la superficie visible…”

La cita anterior es una declaración del director David Robert Mitchell acerca de su más reciente filme.

Lo que podría sonar como una invitación a una crítica a la sociedad inmersa en la cultura pop, resulta ser una mezcla de temas y de géneros que en efecto funciona como crítica, análisis y juego, y es desde el punto de vista del jugador desde el que se nos invita a entrar a este filme.

Under the Silver Lake, título original del filmenarra la historia de Sam (Andrew Garfiel) treintañero que vive en las colinas de Silver Lake a las afueras de la gloriosa Hollywood, sin trabajo y sin motivaciones aparentes. Una mañana observa con sus binoculares a su hermosa vecina Sarah (Riley Keough) que se asolea enfundada en un vistoso bikini blanco. El deseo resulta más que evidente.

El morbo de Sam es detenido por los toquidos impertinentes del casero recordándole que tiene una semana para pagar el alquiler o de lo contrario será desalojado. Por la tarde la atención de Sam se va más en el flirteo con Sarah que en su deuda.

Nada se concreta puesto que las amigas de Sarah interrumpen el conato de romance.

Por la mañana el departamento de Sarah está vacío y Sam lleno de incertidumbre; algo malo debió haber ocurrido con la joven, sino entonces porque se habría mudado sin avisar, en medio de la noche y con la promesa de verse al día siguiente.

A esta trama hay que añadirle que Silver Lake es aterrorizado por un asesino de perros, la leyenda urbana de una mujer con cabeza de búho, con teorías conspiranoicas sobre prostitución y decadencia, envuelto todo en una atmósfera de melancolía y paranoia.

Mitchell más que hacer referencia a Hitchcock, homenajea a Lynch que, entre sueños oníricos, acciones que no parecen tener consecuencias, miradas vacías e incluso referencias actorales deja claro que su película es un ejercicio de fondo y forma, los personajes están allí por algo, las situaciones y los guiños.

¿A quién hace referencia el extraño compositor de música detrás del piano – casi demoniaco- que brinca del i want it that way de los Back Street Boys a las cuatro estaciones de Vivaldi, mientras le grita al protagonista “yo las hice, yo las hice“?

¿Es el demonio encarnado? o ¿es Max Martin, el mayor compositor creador de números uno musicales del mundo?

La respuesta seguramente esta entre las imágenes, los diálogos, las referencias, los guiños y los homenajes, entre los colores, las tramas y las sub-tramas. La película perfecta para una generación que se alimenta de bebidas edulcoradas, videos en YouTube, videojuegos y pornografía.


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/CR

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