facebook comscore
El músico de la plástica

El músico de la plástica

Suplemento viernes 01 de febrero de 2019 -

Hasta el 17 de marzo estará abierta la exposición sobre Carlos Mérida en el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México: una oportunidad única de adentrarse en los mundos del color y la línea del artista guatemalteco, gracias a las aportaciones de cuatro acervos.



KAREN RIVERA



Carlos Mérida fue un músico de la plástica. Dirigió conciertos de colores y dibujó paisajes armónicos al compás de figuras geométricas. Consideró que una obra perduraba sólo si tenía estilo, y bajo esa premisa buscó la autenticidad en su pintura. “Tener el don divino, dejar huella, he ahí lo que cuenta”, escribió en su autobiografía de 79 páginas, que permaneció resguardada, en la Galería Arvil, hasta el 2018.

“No se nace con él (estilo) lúcido y vivo; hay que cuidarlo como a un niño que va para hombre”, aseguró. Su pasión por los sonidos y la tradición maya-quiché sellaron su naturaleza creadora. Guatemalteco, de sangre indígena por el lado paterno y española por el materno, Mérida supo que el impacto de sus orígenes fue privativo de su arte. Forjó, sintió y se expresó en maya con la visión de crear vanguardia a partir de su raíz.

“Gusto de la pintura occidental, pero no siento la necesidad de expresarme así”, se lee en su narración. Es la voz del muralista el eje curatorial de la muestra Carlos Mérida. Retrato escrito (1891-1984), que exhibe el Museo Nacional de Arte para conmemorar su llegada a México en 1919.

La exposición está sustentada en un trabajo documental de cuatro archivos: el Archivo Carlos Mérida, donado al Museo Nacional de Arte, en el 2000; la Galería Arvil, la Galería de Arte Mexicano y el archivo familiar de Cristina Navas Mérida, nieta del pintor. Con la curaduría de la investigadora María Estela Duarte, esta retrospectiva conduce al visitante a explorar las búsquedas estéticas del también diseñador y escenógrafo.

Sus indagaciones plásticas iniciaron en la primaria, donde se manifestó su vocación por las artes. Sintió placer al acudir a las clases de canto y dibujo, y se resistió a las materias académicas. Ajeno a la vida real de sus compañeros, en el pueblo de Quetzaltenango, Guatemala, su infancia la habitó entre colores, pinceles y sonidos. “Fuíme tornando un tanto introspectivo, temeroso de los contactos ásperos en que se hacen recios para luchar por la existencia los que van al paso, en común, en las aulas de la escuela…”, escribió al respecto.

A los quince años perdió un porcentaje de la capacidad auditiva, lo que le impidió dedicarse profesionalmente a la música; el silencio lo transformó en imágenes estridentes. Con ayuda del pintor y fotógrafo Santiago Vichi, comenzó entonces a descubrir las infinitas posibilidades de la pintura.



Efectos primitivos

Su frenética afinidad por las artes lo llevó a viajar a Paris en 1912 acompañado por su amigo, el pintor francés Carlos Mauricio Valenti Perrillat, donde conoció a vanguardistas como el neerlandés Piet Mondrian y el español Pablo Picasso. Y es con la apropiación de Carlos Mérida por las vanguardias europeas, con lo que inicia la muestra que presenta el MUNAL.

El muro de la primera sala se viste con el “Retrato en verdes”, que Mérida realizó en 1913, y con obras como “Pintura” (1927) de Joan Miró, “Desnudo en un sofá” (1960) de Pablo Picasso, “Buzos circulares” (1942) de Fernando Léger, “Pequeños mundos” (1922) de Vasili Kandinsky, así como con un grabado de Paul Klee. Un diálogo de piezas que permite observar la búsqueda del muralista por liberar el color a través de las influencias europeas.

Fue en París donde conoció las corrientes en boga y tuvo su primer contacto con los mexicanos Diego Rivera, Jorge Enciso y Ernesto García Cabral. Su pintura de esos años europeos fueron la simiente de una obra que habría de consolidarse con el tiempo.

En 1914 regresó a Guatemala y eclipsado por las danzas llenas de rito, por las expresiones plásticas milenarias que legaron sus abuelos, por los paisajes, los indígenas y la vida calurosa de su ciudad nativa, realizó sus primeros ensayos de pintura. Inspirado en temas autóctonos, propuso, en colaboración con su colega y compatriota Rafael Yela, la creación de un movimiento nacionalista e indigenista en artes plásticas.

“¿Por qué no, me decía yo, traer a la pantalla del mundo que es París, algo de lo que el creador puso a nuestro alcance, en nuestra dulce Guatemala, en nuestra pródiga tierra americana?” (Carlos Mérida, Autobiografía, 1957).

En piezas como “La princesa de Ixtanquiqui” (1917), “La india del loro” (1917), el “Tributo al maíz” (1915) y el “Alcalde de Almolonga” (1919), Mérida retrató los paisajes de los alrededores de Quetzaltenango. En sus lavaderos, cerros y casas, expresó su interés por sintetizar la composición, exaltó a la línea y le otorgó efectos primitivos. Con fuertes contrastes veneró los colores y bordados que iluminaron su pueblo e hizo evidente su conocimiento de los valores cromáticos.


La sencillez de las formas

Llegó a México en 1919 después de casarse, en ese mismo año, con Dalila Gálvez. Sus primeros ensayos de pintura americana se exhibieron en este país, en 1920, con el apoyo del entonces director de la Escuela de Bellas Artes, Alfredo Ramos Martínez.

En su afán por la integración nacional artística de los países americanos, se sumó al movimiento muralista mexicano. Colaboró con Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, para expresar la poética del folclor y difundir las costumbres de México y Guatemala.

Buscó la sencillez de las formas y se alejó de las corrientes e influencias que le impidieron ser él; asimiló los usos geométricos del cubismo de Picasso y Léger, el mundo mágico del surrealismo de Joan Miró, la relación de los colores y los sonidos de Vasili Kandinsky y la exaltación prehispánica del muralismo mexicano. Sumó sus atributos técnicos a un lenguaje artístico propio, diferente, porque esa fue su mayor ambición. Su estilo dependió del correr de las épocas y periodos.

Por ello a su regresó a México, en 1929, su obra se transformó. Su impulso hacia lo abstracto y su afán de llegar al hecho lírico en sus pinturas lo llevaron a la creación de piezas como “Monelle” (1959) o “En tono mayor” (1981), en que la línea adquirió protagonismo y construyó rompecabezas con formas geométricas avivadas por el color. Sus óleos de esta etapa fueron simples en formas y soberbios en composición.

Su visión de la realidad y sus experiencias pictóricas las desarrolló sobre el lienzo con independencia de referencias visuales, con curvilíneas y elementos carentes de sentido literal, no así de historia, sonoridad y color.

En el cuadro “Florilegio de formas” (1973), por ejemplo, pintó un fondo en tono amarrillo, considerado en la escala cromática el más alegre, y aumentó su dinamismo con los colores negros, cafés y azules de las siluetas que lo componen, mismas que impregnó con su universo folclórico, gráfico y musical.

Consideró al arte abstracto como un medio para crear formas plásticas orgánicas y evocativas, que le permitió evaluar ritmo, tiempo, simetría y espacio para nunca quedarse en vulgares representaciones gráficas. “Ana bailando” (1954), “Los hechiceros” (1958), “El conjuro” (1962) y “Recuerdo del viejo oriente” (19564), exhibidos en el Museo Nacional de Arte, vislumbran su trabajo bidimensional basado en la síntesis y lo exacto. “El arte abstracto sí parte de la realidad; va, sin embargo, más allá de ella…ésta puede ser extendida hasta los más recónditos refugios de la subconsciencia” (Carlos Mérida, Autobiografía, 1957).

Mérida pintó cada una de sus piezas con una fuente de origen vital, que bien podían ser sus recuerdos, preocupaciones, asociaciones remotas o sentimientos musicales, y se apoyó en la más íntima naturaleza de la pintura.



La integración plástica

El músico en potencia que lo habitó también lo llevó a dirigir la primera Escuela de Danza, en México, donde diseñó escenografías y vestuarios para diferentes obras de su hija, la coreógrafa Ana Mérida. Las litografías que realizó al respecto integran un apartado de la exposición ubicada, en Tacuba, número ocho, del Centro Histórico.

En la década de los cincuenta le interesó la “integración plástica”, es decir, la relación entre pintura y arquitectura, lo que le permitió una mayor fuerza expresiva. Su obra se caracterizó por la repetición de elementos visuales iguales o diferentes, que en la disciplina artística se conoce como ritmo. Destacó la importancia de este elemento como un agente provocativo, capaz de generar reacciones óptico-emocionales, en sus diferentes facetas, ya sea con figuras ondulantes, verticales u horizontales.

El ritmo es uno de los conceptos que Mérida retomó en su autobiografía, escribió de él y de la organización plástica, que se refiere a las relaciones cromáticas, a los valores del tono, a las formas integrantes del plano, a la estructura de masas; también se refirió a las fuerzas operantes, es decir, la simetría, asimetría, equilibrio, y las leyes de la proximidad y de los opuestos; consideró a todos estos elementos, a la par que al color y al dinamismo, los componentes básicos de la “integración plástica”.

Son 290 piezas las que exhibe el Munal en la muestra Carlos Mérida. Retrato escrito (1891-1984), que podrá visitarse hasta marzo. Una congregación de obras que permite observar el discurso plástico y el interés que el muralista guatemalteco tuvo por el diseño. Sin demagogias, sin oratorias ni caligrafías políticas, el público tendrá la posibilidad de observar arte inspirado en el goce de la pintura y el folclor, con la misma pasión que el goce de la música y los sonidos.

Es difícil encasillar a Carlos Mérida en un movimiento artístico. La música fue para él la ilustración, y con libertad creativa manipuló las formas y el color para alcanzar su propio estilo. Pintó en series y trazó cada una de sus líneas al ritmo de melodías con variaciones. No quiso ser uno de los tantos pintores que hay en el mundo. Decidió dejar huella.



CARLOS MÉRIDA. RETRATO ESCRITO (1891-1984)

¿Dónde está la exposición? En el Museo Nacional de Arte, Tacuba 8, Centro Histórico, Ciudad de México

¿Hasta cuándo? Hasta el 17 de marzo

¿Cuántas piezas se exhiben? 290

¿De qué acervos se nutre esta exposición? Del Archivo Carlos Mérida, donado al Museo Nacional de Arte, en el 2000; la Galería Arvil; la Galería de Arte Mexicano y el archivo familiar de Cristina Navas Mérida, nieta del pintor.

¿Quién hizo la curaduría? María Estela Duarte


No te pierdas la noticias más relevantes en youtube

Envíe un mensaje al numero 55 1140 9052 por WhatsApp con la palabra SUSCRIBIR para recibir las noticias más importantes.

IM/CR

Etiquetas


Notas Relacionadas
+ -