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Columnas lunes 05 de agosto de 2019 -

El cargo de embajador de Estados Unidos en México siempre ha sido una especie de enigma. A pesar de la evidente importancia geopolítica, social y económica de México para Estados Unidos, los presidentes generalmente han utilizado esta posición como un obsequio o favor para un amigo o colaborador, sin que la experiencia o buenos resultados sean necesarios. Incluso se ha llegado a especular como un negocio o pago de deudas.

El gobierno estadunidense muy pocas veces ha designado a expertos en esta tan importante posición en suelo azteca y, permíteme hacer un recuento breve: Barack Obama designó a Carlos Pascual, quien a pesar de su experiencia diplomática poco o nada tenía de político y, en su ejercicio diario lo demostró.

Después llegó a las oficinas del Paseo de la Reforma, Earl Anthony Wayne, otro diplomático de carrera, pero con poca, bueno nula experiencia de México y sus peculiaridades por llamarlas de alguna manera y, entonces otro fracaso, hasta que finalmente la subsecretaria de Estado para el hemisferio occidental,Roberta Jacobson, fue designada.

La nueva embajadora se fue ganando el aprecio y respeto de los mexicanos, su conocimiento sobre el país, su claro y fluido español, además del respeto y admiración por la historia y cultura nacional, le facilitaron su rápida adaptación. Se convirtió en una figura querida, respetada en los diversos círculos económicos, políticos y sociales, e incluso su participación directa con la gente común, con los ciudadanos de a pie.

Después del triunfo de Donald Trump, la embajadora Jacobson permaneció en su puesto, luchó, se expresó contra las decisiones y expresiones de su jefe y, finalmente después de dos años renuncio a su cargo. Y hay que decirlo, se mantuvo a pesar de las grandes diferencias con Trump porque los candidatos del presidente no lograron los apoyos en el Senado estadunidense y porque el mandatario tuvo que priorizar problemas en otros frentes.

Después del abandono y hasta desinterés de Donald Trump por designar a un nuevo embajador, se decantó por Christopher Landau como su representante en México, el gobierno de AMLO dio el beneplácito y la semana pasada el Senado estadunidense dio su aprobación. Ante la inexperiencia del nuevo diplomático parece haber sucumbido a los errores de sus antecesores.

El abogado de los abogados como es conocido Christopher Landau es un destacado practicante de las leyes no cabe duda; sin embargo, sus credenciales para la asignación en México son prácticamente inexistentes. Bueno es hijo de un exembajador en tres diferentes países de Latinoamérica y habla español fluidamente, dicen.

Así Christopher Landau sin experiencia en política exterior, ni en el ejercicio práctico de la diplomacia y con desconocimiento en la política, cultura o economía de México, es el nuevo embajador.

•Doctora en Relaciones Internacionales
ncalmarosa@gmail.com

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/CR

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