POR MARTHA ROJAS
“Camaradas, este no es un libro,/ El que lo toca, toca a un hombre”. Decía Walter Whitman. Quería que sus poemas fueran un cuerpo.
Walt —como se le nombró desde pequeño para no confundirlo con su padre, con quien compartía el nombre— se inscribió de forma inusual y contundente en la historia de la literatura hasta el punto de ser conocido como el renovador del verso libre. La aparición en 1855 de Hojas de hierba, suscitó el escarnio, por su contenido, y la duda, entre quienes saben que una obra maestra no aparece todos los días.
▶ Le cantó a la emancipación, a la naciente democracia, al cuerpo, a la tierra, al amor sin géneros. Elogio el mundo tangible y al individuo con sus contradicciones, con sus cielos y también con sus infiernos.
Su figura evoca a un “padre” psicoanalítico, al hombre sensitivo, fuerte y melancólico que fue. Conocedor de las profundidades del alma de su América, aunque fuese sólo en su imaginación. No obedecía la reglas, ni la métrica de la poesía tradicional, pero de su pluma emanaban los versos libres, de los que también es su padre.
Era descendiente de dos sangres vigorosas: por el lado paterno, de labradores ingleses, y por el de su madre “perfecta”, de marineros holandeses.
El matrimonió Whitman se asentó en 1823, en Brooklyn; procreó nueve hijos de los que Walt fue el segundo. Su vida familiar transcurrió entre la pobreza y el instinto de cambiar su destino.
Nunca tuvo hijos, pero a edad avanzada, cuando Oscar Wilde lo visitaba y Rubén Darío le lanzaba halagos , dijo tener seis, ilegítimos. Se trataba de sus hermanos, los muertos por eco de una maldición que buscaba terminar, y los vivos, a los que admiró y cuidó.
Junto a rocas y árboles y frente a las aguas del East River, Walt recitó de memoria versos de la Ilíada, de la Divina Comedia, de Shakespeare. La Biblia, naturalmente.
Fue periodista, enfermero en la Guerra de Secesión, profesor, empleado público, ayudante de carpintería, taquígrafo, tipógrafo y director, editor e incluso distribuidor de The long Islander, su propio dirio, una publicación que abandonó tras12 ejemplares. Whitman es uno de esos esritores que no sólo tienen la facultad de hilar párrafos y contar historias; es de esos otros, que transforman. De los que invitan a mirar el espejo interno y soprenderse con la diversidad de cielos e infiernos que habitan ahí. De los que no necesitaron cánon, ni aprobación editorial para ser lo que son: poesía.