Lo peor que le puede ocurrir al PRI es caer en la irrelevancia. Viene un invierno largo para el viejo partido y por momentos parece que algunos de los liderazgos no tienen una idea muy clara de ello.
La elección de quien presidirá sus destinos se encamina a un encontronazo entre los que tienen alguna esperanza de articular lo que aún queda, aprovechando una relación que fructifique con el Presidente Andrés Manuel López Obrador, y los que piensan que hay que alistar las armas, construir una muralla y prepararse para un periodo prolongado de enfrentamientos con el nuevo poder político.
Alejandro Moreno Cárdenas e Ivonne Ortega muestran los extremos de un péndulo en el que se juegan la viabilidad y su propia existencia.
La tercera en discordia, Lorena Piñón, al parecer no tendrá las reservas suficientes para lograr una sorpresa para ser el caballo negro de la carrera, pero sí carga con la enjundia de quien vuelve del destierro.
Pero en lo profundo, lo que quizá sea más grave es la irritación y discordia que ya se manifiestan el gobernador con licencia de Campeche y la que hizo lo propio en Yucatán. Casi todo puede tener remedio, pero eso no, porque cuando se rompe esa cuerda, no hay modo de volverla a coser.
Después de todo, la cercanía y la negociación con una presidencia de la República no es algo nuevo y así lo hicieron desde la primera alternancia, cuando Vicente Fox llegó a Los Pinos e igual ocurrió con Felipe Calderón.
La diferencia en la actualidad, es que están enfrentando una debilidad que no habían tenido nunca y en la que deben, de urgencia, reinventarse.
Esto es así, porque lo que están experimentado es una enfermedad en el ánimo, una desarticulación de ideas en las que no han respondido dos cuestiones fundamentales: ¿Para qué quieren al PRI?, y ¿qué harán con el poder si vuelven a tenerlo?
En el debate que tuvieron la tarde del miércoles, el campechano le reprochó a la yucateca la distancia que ella mantuvo durante la campaña que llevó a José Antonio Meade al tercer lugar en la contienda.
Ortega, conocedora de las formas y de los ritos partidarios, recordó que fue desde el entorno del aspirante presidencial que le pidieron que se alajara, y que solo lo hizo las últimas cuatro semanas, donde los nubarrones ya anunciaban tormenta, aunque nadie previó con claridad el tsunami que se estaba formando.
Ahí está el meollo del problema, en esa ruptura entre militantes, la que se fue formando desde que los sectores del partido dejaron de ser escuchados y cuando la arrogancia permeó a la dirigencia.
Malos tiempos para una formación partidista acostumbrada a la acción y al trabajo de los que la integran.
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