Se postuló como candidato antisistema. Con el apoyo masivo de votantes descontentos con élites gobernantes y partidos políticos, logró un triunfo impensable.
Ofreció transformar al país, llevarlo a un lugar espléndido, comparable solamente con otras épocas de gloria política y desarrollo económico-social. Para lograrlo, habló de fórmulas sencillas y eficientes que acelerarían, como con ningún otro gobierno, la transformación.
Nadie como él supo entender el hartazgo de la sociedad con el sistema político. Con su triunfo electoral, un sector de analistas, académicos y ciudadanía sentenciaron: la ola populista global ha llegado a la presidencia de la República.
Una de sus primeras frases ya electo fue: “Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no serán olvidados”.
La falta de resultados dio paso a voces críticas y cuestionamientos respecto de las acciones de gobierno.
El presidente decidió colocar en el centro del discurso político el insulto y la descalificación de quienes son sus críticos, señalándolos como conservadores que buscan otros intereses, menos los de recuperar la grandeza del país.
También se volcó contra medios de comunicación, a los cuales ha llamado deshonestos; les ha cuestionado subestimar el poder del pueblo y criticarlo mediante la difusión de noticias falsas —fake news—.
El presidente ha dicho que algunos medios son enemigos del cambio, que es muy fácil ampararse en la libertad de expresión para criticar, cuando en realidad, es claro que ciertos periodistas tienen su propia agenda.
Estos mensajes se ampliaron a otros sectores. Como eje central de su comunicación política, el presidente introdujo en medio de la sociedad una división entre bandos. Buenos y malos, honestos y deshonestos, los que están conmigo y quieren recuperar la grandeza de nuestro país y los que están en mi contra, porque pretenden que las cosas sigan igual.
Esas expresiones se han focalizado hacia un grupo al cual el presidente ve como enemigo de su país, los migrantes. Paradójicamente, ellos ayudaron a construir su grandeza.
Comenzó prohibiendo la entrada a personas de algunas naciones asiáticas y africanas e instaló un discurso de ideología extremista sobre las razas.
Despertar un sentimiento de odio contra seres humanos, difundiendo una “superioridad” del nacionalismo de la raza blanca, ha tenido como resultado la trágica matanza en El Paso, Texas. Quizás, después de estos terribles eventos, el presidente Trump entienda cuál es el poder de la palabra.
Parafraseando a Joe Biden: las palabras del presidente importan mucho en el ánimo social de una nación; palabras con ese poder son escuchadas por nuestra niñez, por todos. Es un deber de Estado, calcular qué mensaje se manda a través de las palabras y cuáles serán sus consecuencias. División, odio y revancha, siempre terminan en tragedia. El demócrata auténtico usa la palabra con responsabilidad, porque entiende su poder.
•Especialista en Derecho Constitucional
y Teoría Política