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El que esté libre de sueños que tire la primera piedra

El que esté libre de sueños que tire la primera piedra

Suplemento viernes 08 de marzo de 2019 -

Las enemigas, el primer libro de cuentos de la también poeta Claudina Domingo, ha despertado el entusiasmo de la crítica y los lectores. Estas historias y personajes están marcados por tensos conflictos morales.



Guillermo Arreola



Ausente o afantasmada, abnegada o reinventada, muerta o rediviva, huérfana de hijos o de memoria, la madre es una de las figuras-ejes cardinales en la mayoría de los relatos en Las enemigas, de la escritora Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982). Aunque no falta aquel en que el padre ocupe, orillado por condición de temperamento dictatorial, el gran espacio motriz representado por la madre. El otro de los ejes cardinales, de la misma importancia que el de la madre, es el de los sueños, que se manifiesta no como adherencia o apéndice, pretexto de abstracción o intromisión fantástica en una presunta traducción de lo real, sino como materia orgánica y muy vibrante. Aquí los sueños no es que se desborden, simple y sencillamente son manifestación del origen reclamando su lugar en el presente, afilada obsidiana merodeando la bóveda uterina; placenteros a veces muy a pesar de quien los sueña, despliegan su poderío de salvaguardas, o ejercen labor inspectora, en ocasiones en representación de “xólotls” (xolomeh) que acompañarán a las soñantes en la gran aventura que brama en el río que corre entre principio y fin.


Amorosa o despiadada, rehuida o cómplice, encubridora o loca, eludida o aludida, proveedora y depositaria de orfandades, la madre es en estos relatos el centro magnético, discernido o no, en torno al cual el resto de los personajes depositarán su confianza o desconfianza para tantear un norte en su tránsito hacia la transformación, que es entrada hacia la realidad en pleno, con parada o hundimiento previos en lo que suele llamarse el mundo interior. Tránsito durante el cual nadie se sustrae del tiro de dados del desastre propio o ajeno. De alguna manera, en este tránsito sólo la madre sabe que, si la muerte llega, es traición, aunque sea natural.


“No tener madre es una ofensa que debería estar penada. Todo tiene una madre”, dice el narrador en el relato “Una casa en el aire”. Y en el titulado “Hay mucha nieve”, la tullida Berta dice a su hermana Amelia: “Me da miedo el desierto, pinche Melia, siento que, cómo decirte, como si no tuviera madre”. No obstante, muchos habrá que en determinados momentos de nuestras vidas desearíamos no haberla tenido, y por ello la esquivamos, la huimos, la negamos; pero bastará con que aparezca la resaca que suele dejarnos el cara a cara con el imponente afuera, para que vayamos hacia su rastro, hacia vestigios de cordón umbilical: amorosos, o resentidos, en condición de enceguecimiento al intentar ubicar el lugar exacto de la vida al que, al darnos a la luz, nos hubo arrojado la madre.


“Me está dejando la puerta entornada”, piensa el personaje Claudio en “Una casa en el aire”, cuando ve a su madre muerta en la funeraria. Y es que ¿cómo se podría vivir ahora sólo sin la madre, quien fuera el refugio de la miasma de su propia estirpe? La madre, la devoradora, pero con comprensión. ¿Habrá alguien más que una madre que pueda comprender, por ejemplo, a un alcohólico, como es el caso de Claudio? ¿Habrá alguien más que una madre que en sus devoramientos insufle tanta vida hasta en lo vegetal, que hasta las plantas lleguen a reclamar su ausencia?


***


Nueve son los relatos con que se compone Las enemigas. Nueve el número de los meses que dura la gestación de un ser humano, como novena es la hora en que, dice el Evangelio según San Mateo, expiró Jesús. Y, ya entrando en paralelismos propiamente literarios, Nueve, título de la obra culmine del escritor J. D. Salinger, con quien a mi modo de ver Claudina Domingo comparte afinidad si no temática, sí por la reciedumbre de su escritura, a tal grado que la palabra debut con que se suele designar a la primera obra de un autor, en este caso debut narrativo, pareciera disolverse o quedarle chica a su libro.


***


En el relato “Xólotl”, Laura tiene cáncer y vislumbra su muerte, y en sus avistamientos de un probable final, apuesta por el amor, y lo memorioso, y en lo memorioso y en su presente su madre Margarita se distingue por su extrañeza, como si siempre “se esforzase por ser mamá”.


Rosa Montoya, en “Corazón de la montaña”, busca a su hija desaparecida, y en su búsqueda tantea la muerte y al tantearla la muerte la tienta a ella, para enseguida volver a aferrarse al mundo, aunque “nada sea real, nada existe, todo es un sueño".


En “El eclipse”, Io se reencuentra con su prima Lucía, y, en connivencia con su memoria y con sus sueños, entra en el origen y prolongación de sucesos sórdidos y ominosos con raigambre familiar bien discernibles. Anega en aguas oníricas en donde una especie de identificación vampiresca se remece entre lo atrayente y lo abyecto de lo que, se nos dice, “no se puede mirar”.


Amelia vive atenazada a una vida diagramada en reproches e injurias por parte de su hermana tullida Berta, mientras su hija e hijo intentan liberarla de su viacrucis de madre y hermana, en “Hay mucha nieve”.


En “Una casa en el aire”, Claudio es lanzado a la orfandad y a los devoramientos con la muerte de su madre.


Olga, de “Las manos invisibles”, enfrentará y confrontará su no descendencia, su no ser madre, simulada por su padre con su adopción, la del padre, de una niña violada y embarazada.


En “Te devoran el corazón”, Albino y Vicente experimentarán la amistad cuyo puerto final será la traición a muerte, una amistad ceñida a la creencia de que su mundo no lo pueden confiar a las mujeres, incluidas obviamente las madres.


Dinorah rastrea, en “El agua invicta”, un deseo de gemelidad en persona de una joven drogadicta, justo durante el proceso de enfermedad y agonía de su negada madre y sus lazos genealógicos.


En “El peón”, con pretexto de un asunto de cesión de terrenos, Cristóbal habrá de reencontrarse con quien alguna vez fuera su madre y para quien se ha convertido en un extraño, vía el rechazo, la desmemoria, y la inculpación por la muerte de otro hijo, con quien Cristóbal compartía gemelidad.


¿Qué es una madre si no es también un sueño, o el principio del sueño del vivir? ¿Y qué es la muerte si no el deseo de sueño finalmente aprehendido? Y en Las enemigas no hay mejores armas para enfrentar el parto hacia lo inevitable que los sueños, sin menoscabar incluso si ello implica la muerte propia.


***


Qué libro de tierra y de agua es Las enemigas, que nos deja el corazón desfondado o enlodado, afortunadamente. Es de tierra porque todo lo que aquí ocurre infiere sobre los seres, por más nimio que parezca, brota, crece, corrompe la materia, desyerba el tiempo ya podrido, y prepara el lugar de recepción hacia una nueva vida, sea la que sea; en el arriba, en el abajo. Y es de agua, porque penetra hasta el lugar donde no se comprende o se pone en tela de juicio hasta el vituperado sentimiento de querer estar vivo, a pesar de tanto. De ahí que en algunos de estos relatos, la destrucción y la muerte, que siempre está, que acecha, amenaza y sucede, aparecen de manera perfectamente natural. “¿Sabes lo que necesita un hombre para romper una planta, patear a un perro, violar o matar?”, dice Octavio, padre de Olga, en el relato “Las manos invisibles”. Y él mismo responde: “Las manos, solamente las manos”.


***


¿En dónde se esconde la porción de vida que no puede ver la luz a plenitud, que obstaculiza el movimiento de la existencia, que se rehúsa a salir al escenario, o a encaminarse por el sendero dictado por los sueños, ¿dónde? En Las enemigas, las piernas parecen ser el punto neurálgico del cuerpo que se resiste al cambio, y a veces casi casi al propósito de proseguir en vida. En “Xolótl”, Laura padece cáncer y son las piernas la parte del cuerpo que el dolor ha elegido como casa tomada. En “Hay mucha nieve”, Berta está tullida y convierte su condición en una mazmorra para su hermana Amelia. En “Una casa en el aire”, el futuro de Claudio, ya sin madre, parece depender del ataque dirigido de un pitbull a sus piernas. En “Las manos invisibles”, la condición de una rodilla determinará que Olga no se convierta en bailarina. En “El agua invicta”, Dinorah se verá, por una caída, impedida a seguir el trayecto de su destino inmediato.


***


Todo tiene un color definitivo, hasta los cuatro puntos cardinales, según cierta mitología. En Las enemigas, el color negro se despliega refulgente como una lámpara sobre el gran telón de los sueños —cuyo origen podría ser negro también— y tiñe las aguas de la fuente original, la madre, y, como Xólotl, nos acompaña al principio de morir para volver a vivir, probablemente.


***


Por supuesto, nada de lo hasta aquí dicho alcanza a dar cuenta cabal de la intrépida precisición ficcional en Las enemigas, ni del aplomo de su autora para arrojarnos en un itinerario que, a riesgo de parto o muerte, una vez completado, nos devolverá al origen, y a la certeza de que nos alimentan los sueños. El que esté libre de sueños, que tire la primera piedra. El que no tenga una madre, que confiese su orfandad de nacimiento.



¿DE QUÉ LIBRO ESTAMOS HABLANDO?


Título: Las enemigas


Autora: Claudina Domingo


Editorial: Sexto Piso, 2017


Páginas: 160


Género: Relatos



EL DATO


Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982) es una poeta que incursiona con este libro en la narrativa. Su libro Tránsito (FETA, 2011) mereció el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2012, y con Ya sabes que no veo de noche (Atrasalante, 2018) obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2016.




FRAGMENTO


Corazón de la montaña


Claudina Domingo



Tienes cinco llamadas perdidas. ¿Cómo es que no te habías dado cuenta? Quizá solo ahora que bajas de la Muela las registra el celular. Dos son de un teléfono del Estado de México, tres de Madres de las Hijas Perdidas. Pasa junto a ti un burro con unos ojos negrísimos, trotando tan lento que el sol arrasado del crepúsculo se refleja en sus órbitas de obsidiana. Llamarás cruzando el puente, donde empieza el pueblo. Te acercas a tu hermana.


—¿Estás bien, Rouss?


No tienes pretexto, así que la tomas del brazo con la mano derecha mientras marcas el número de la ONG. Tu hermana te arrima a la baranda del camino. Te contesta la abogada de Madres. Hace dos semanas encontraron un cuerpo. La playera coincidía con la fotografía que diste. Los jóvenes padres huicholes, rezagados, pasan tomados del brazo. La muchacha te sonríe. Se están yendo tus ojos poco a poco en una maceta con mastuerzos. Esperaban las pruebas genéticas. Pensabas que los mastuerzos necesitaban mucha agua, pero aquí en el desierto crecen como nenúfares. Los resultados son positivos. Estás soñando otra vez, despierta. Lo siente mucho, te acompaña en tu...


—¿Dónde la encontraron? —te escuchas decir allá, en un pueblo lejano, mientras cuentas las flores del mastuerzo, parada contra el barandal de un puente chico.


Cuelgas sin despedirte. El pecho de tu hermana, tibio y firme, desprende todavía su aroma a yerba. El suelo bajo tus rodillas, de piedra, sopesa tu carne blanda, tus huesos que han de durar menos que sus guijarros. Estás cantando una canción, una canción que habías olvidado y que se deshilacha en vocales desnucadas. El coro de tu hermana es un susurro y un lento mecimiento. Te vas a quedar sin voz. Te vas a quedar sin agua. Anochece mientras Jazmín te asiste en el parto de la muerte.


Texto perteneciente al libro Las enemigas, de Claudina Domingo, publicado con autorización de la editorial.



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IM/CR

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