Mientras el Gobierno mexicano suda
la gota gorda para complacer a Donald Trump, la alta comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, advirtió, en Bruselas, sobre los riesgos que implica la política migratoria que le han impuesto a México desde Washington.
La también expresidenta de Chile dijo: “Las políticas y prácticas que tienen como objetivo evitar físicamente que los migrantes lleguen y entren al país
destino, o que los devuelvan sin las garantías del debido proceso, son simplemente retrocesos.”
Bachelet está en ese momento de su biografía política en la que ya no existe cálculo y más bien se abren
los espacios para actuar con libertad, aunque bajo los límites que ahora representa su encargo internacional.
Hace unas semanas enfureció al presidente de
Brasil, por señalamientos sobre “la reducción del espacio democrático”, y Jair Bolsonaro, como troglodita, declaró que habían hecho bien los militares chilenos en matar “comunistas” y entre ellos el padre de la funcionaria de la ONU.
Por eso es que pesan las palabras de Bachelet y
más en la órbita de los países que en teoría sostienen el progresismo y que tienen políticas públicas con enfoque humanitario. Mientras, el vicepresidente de Estados Unidos, Michael Pence, ya dejó claro que, aunque hay buenos resultados, que se deprenden del acuerdo migratorio firmado hace 90 días, se tiene que trabajar más, lo que quiere decir que seguirán presionando.
En la lógica de Trump no existe la tregua y siempre
hay que estar preparados para el próximo apretón de tuercas.
Es triste lo que está ocurriendo y no solo para los
migrantes, sino para la tradición de política internacional mexicana y para los apremios que antes existían, al menos en el discurso, para no sufrir recriminaciones que tuvieran que ver con la protección de derechos.
Se dirá que la amenaza de Trump valía el esfuerzo
de conjurarla, pero a pesar de ello van a existir costos que pagar en el corto y en el mediano plazo.
Quizá lo que juega en favor del Gobierno, a nivel
interno, es que quienes les hacían la vida imposible a los funcionarios del Instituto Nacional de Migración, ahora son sus aliados y ya no les importa lo que está ocurriendo.
Pero los hechos son tercos y las historias irán aflorando, como los cada día más frecuentes enfrentamientos entre migrantes y autoridades en los puntos
de detención, sobre todo en la frontera sur.
Detrás del descenso de 35 por ciento de la migración, no hay nada parecido a un esfuerzo humanitario
y más bien se estableció un muro de contención para mantener tranquilo a Trump.
Las felicitaciones de Trump son como el beso del
diablo y más vale tenerlo claro.
•Twitter: @jandradej