Hablar de inclusión implica aceptación y convivencia en armonía; por ello pensar en una sociedad inclusiva requiere entender que tenemos una forma de vida distinta, a través de valores que se van a construir yendo desde el núcleo familiar.
En el caso del modelo tradicional de familia nuclear heteroparental, usualmente corresponden al hombre y a la mujer, de manera asimétrica, las “cargas” o tareas del hogar, las cuales no se reducen sólo al aspecto económico de mantenimiento o proveeduría, las de limpieza y aseo del hogar, cuidado y atención de otros miembros de la familia, y educación de las y los hijos (si los hay); sino que incluyen una serie de actividades como la administración del hogar, selección y adquisición de la casa y los bienes del hogar, tareas técnicas y aquellas que requieren un esfuerzo físico (plomería, reparaciones, cargar, subir o bajar muebles), organización y costeo de actividades de entretenimiento familiar y planes de viaje, el diseño, planeación y ejecución del “proyecto familiar de felicidad”, las labores de atención de necesidades emocionales, la solidaridad y apoyo recíproco en el desarrollo personal de cada uno de los miembros de la familia, así como la satisfacción sexual propia y de pareja, entre otras.
Hacer una distribución simétrica de dichas cargas resultaría sumamente complejo, y quizá lo mejor es generar esquemas de compensación. A veces, algunas de estas labores se subcontratan (aseo del hogar, actividades técnicas como plomería, cuidado y educación de los hijos) o su ejecución requiere costeo económico (por ejemplo, planes de diversión o vacaciones) y entonces, muchas de ellas se transforman en tareas económicas, “simplificando” la posibilidad de medición del aporte al “sostenimiento” del hogar que hace cada una de las partes.
Algunas otras tareas, requieren esfuerzo e involucramiento a nivel físico, intelectual, emocional e incluso espiritual.
Es difícil y quizá no resulte conveniente intentar medir estas aportaciones, y mucho menos hacerlo en términos económicos, pero sí es conveniente su distribución de manera proporcional y equitativa entre los miembros del hogar.
Lo importante es no olvidar que fundamos una familia para ser felices y poder sobrellevar las “cargas” de la vida, de manera más fácil, con apoyo; ya que al hacerlo de manera solitaria podría resultar más difícil sobrellevar ese “peso”.
Muchas veces estas labores se distribuyen de manera estereotipada, según roles de género, aunque estos roles sociales han cambiado a lo largo de la historia.
Por lo anterior, sostengo que no hay ni puede haber “igualdad” en el núcleo familiar. Lo que debemos buscar es la inclusión. Que cada quien desempeñe los roles proporcionales y equitativos que cada familia asigne.
Flor de Loto: “No hay en el mundo ni siquiera dos seres que sean iguales entre sí”.
•Especialista en Derecho Constitucional
y derechos humanos