Tengo una hija. Me da igual, lo admito, que rompa cristales o decore a los héroes patrios, si lo hace para gritar que tiene miedo, porque no puede recorrer las calles sin riesgo, donde no es escuchada y sus demandas o exigencias son menospreciadas.
Sé que siempre es mejor el diálogo razonado que la consigna, pero la experiencia indica que luego de las protestas, cuando hay voluntad y sensibilidad, viene el acuerdo, el compromiso de remediar y de procurar justicia.
Cuando hicimos las grandes movilizaciones del CEU en los años ochenta, también nos trataron de vándalos por los grafitis en el Zócalo, por llenarlo y por exigir que la educación pública contara con las condiciones adecuadas para ser un factor de promoción social.
Es cierto, hay límites entre el reclamo genuino y la utilización de la violencia, pero no es caso que nos ocupa, ya que las miles de mujeres que salieron a protestar lo hicieron de manera pacífica.
Los destrozos en una estación del Metrobús no son para celebrarse, pero tampoco para perder de vista que lo esencial es lo que motivó la protesta, porque lo que se tiene que revertir es la impunidad y la falta de eficacia para proporcionar seguridad ciudadana.
Criminalizar la protesta no es una buena idea, porque el ejercicio de las libertades también está en juego. Lo que es inadmisible es la violencia contra las personas, las amenazas y los ataques, vengan de quién vengan. Por ejemplo, los golpes en contra de Juan Manuel Jiménez, reportero de ADN 40, deben ser causa de una indagatoria y por lo demás ya se cuenta con los datos del agresor, un porro de amplio expediente.
Las mujeres tienen miedo y no les falta razón.
Los delitos en su contra han aumentado y de modo grave. Tan sólo en 2018 fueron asesinadas 3 mil 600 mujeres, superando los picos de otros años, de acuerdo con el Inegi.
La violencia machista es una mal que avanza en el mundo, pero peor que ella es inclusive la complacencia con la que se trata de enfrentar el problema.
Las protestas de las últimas semanas a ello obedecen y hay que analizarlas desde la óptica de un daño social severo, que vamos a tardar en remediar, porque los muros de la confianza se rompieron hace tiempo.
Pero las respuestas se tienen que dar a nivel de la sociedad en su conjunto y no sólo esperar que los gobiernos lo resuelvan, aunque tengan mucha tarea que hacer.
Hay que impulsar que este verano sea el de las mujeres, que signifique una frontera para establecer el momento en que simplemente ya no se tolerará que sigan ocurriendo hechos delictivos que pueden prevenirse y, sin duda, castigarse.
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