Nostalgia, últimamente es una palabra tan lacerada, tan usada a la primer provocación, tan alejada del significado actual que, lastimosa o lastimeraSswmente, el cine y la televisión se han valido de ella para generar hordas de ventas, de televidentes, de filas de fanáticos abarrotando las salas de cine, generando una empatía plástica y como todo lo plástico no dura, se decolora fácilmente.
La nostalgia a la que las primeras críticas de En los noventa (Mid90s ) -primer filme Jonah Hill- hacían mención, era por una parte el motor para acercase a ella y también para tener cierta distancia. Otra vez una película que nos evocará una década pasada cargando de merchandising a la de cultura pop.
Afortunadamente la nostalgia a la que evoca Hill es la del fondo y no la de la forma. La de las primeras veces: los primeros besos, los primeros roces (los toques superficiales que saben a mucho), el acercamiento a lo prohibido, las primeras caídas, los primero enojos sulfúricos, las primeras vergüenzas, los primeros rituales de masculinidad; los cambios de la niñez a lo que uno con trece años cree que es ser adulto: el quitar el poster de caricaturas y colocar el de la chica atractiva.
Stevie es un joven adolecente de trece años que un día de paseo en bicicleta se topa - casi como una epifanía- con dos niños jugando con pistolas de agua, a lado de estos hay un grupo de jóvenes un poco mayores, coquetean con las chicas e intentan impresionarlas haciendo suertes en sus patinetas. La manada en ritual de conquista, el chico hipnotizado busca la aceptación de la pandilla y el cambio comienza a gestarse.
Hill entrega una película bien sutil sobre la masculinidad, tan castigada en estos tiempos y tan incomprendida (por hombres y mujeres). Una metáfora sobre el dejar la bicicleta y tomar la patineta, un deporte más difícil, y que exige equilibro, un adolecente rara vez estará equilibrado, y el skateboarding funciona perfecto para evidenciar esto, jugar en el equilibrio, un equilibrio que no hay.
Stevie y sus amigos se descalabran física y emocionalmente, crecer duele y Hill retrata esto de forma bastante elocuente, hay poco color en su fotografía, pocos personajes tienen sueños -tan necesarios en todo momento y en toda edad- el panorama se vislumbra gris con pocos atisbos de esperanza de una generación que se mira perdida, como toda generación según los ojos que la miren.
Es por lo anterior que resulta tan efectiva, por la sutileza, por la inclinación a la desilusión –el cine independiente de los años noventa era muy ácido- pero también a la inclinación a la esperanza, a los sueños que se tienen, a que no todo está perdido. La incertidumbre de la vida misma de un grupo de jóvenes que comienzan.