Durante los seis primeros meses de la actual administración se superaron los 17 mil homicidios, cifra récord que no conocía nuestro país. Cuando una inmensa mayoría de mexicanos votó por el actual Presidente, lo hizo, entre otras cosas, con la esperanza de que se abatiera la incontrolable violencia que como un jinete del Apocalipsis viene devastando a nuestro país.
La situación es ya insoportable, la gran mayoría de la población vive en la angustia de ser una víctima más de la delincuencia, sabiendo además que la autoridad no hará nada porque están absolutamente rebasadas y por consecuencia los delitos quedarán en la impunidad.
Es gravísimo que el Gobierno no esté cumpliendo con su primera obligación constitucional que es brindar seguridad a las personas y bienes de sus gobernados.
Hoy por hoy, la inseguridad es percibida como el peor problema, y lo más desalentador es que no se le ve solución, la Guardia Nacional, a decir de los especialistas, no será la solución, y faltan estrategias realistas y profesionales que nos ayuden a salir de este infierno.
¿Por qué ante un problema tan inmenso no se hace una convocatoria a los especialistas, a las asociaciones civiles y sectores de la sociedad como la Iglesia, para empezar a buscar una solución que sea de fondo y no solo militarizada?
La Iglesia tiene el enorme reto de siempre; es decir, el de evangelizar, anunciar la Palabra de Dios que lleve a la conversión de los pecadores y criminales, advertir de las consecuencias de la violencia del juicio del que no podrán escapar y de la condenación eterna; inculcar el valor y la dignidad de la vida humana, que inicia desde la concepción hasta su fin natural; buscar la justicia, la paz y la reconciliación. Es momento de que la Iglesia retome su misión profética de denunciar el mal, el aborto que es la más vil de las violencias, los homicidios, los secuestros, las extorsiones, el robo, la corrupción y la inmoralidad.
Hace algunas décadas el valiente obispo de Cuernavaca, Luis Reynoso, decretó la excomunión para los secuestradores, y tuvo un efecto interesante, pues por increíble que parezca, en los criminales llega a subsistir un cierto temor de Dios. ¿No sería una herramienta eficaz que pueda usar la Iglesia para excluir de la comunión y funerales cristianos a los narcotraficantes, secuestradores, extorsionadores, así como es vigente y clara la excomunión para quienes ayudan y llevan a cabo el aborto?
No estará cercano el momento de la pacificación nacional mientras el sistema judicial esté profundamente corrompido, no se le otorgue a la Policía y al Ejército el uso legal de la fuerza para someter a los delincuentes y se malinterpreten los derechos humanos que dan la impresión de defender a los delincuentes. La Iglesia puede ayudar evangelizando con más seriedad y ayudando a las víctimas a sanar sus corazones y heridas.
•Sacerdote y exvocero de la
Arquidiócesis de México.