S
i usted no ha visto el documental La Familia en Netflix, por favor véalo.
Además de su notable calidad cinematográfica y el suspenso de la trama, es un perturbador relato sobre
una organización de evangélicos que se hacen del poder progresivamente en los altos círculos políticos de Estados Unidos.
Usando como pretexto desayunos y reuniones de
oración, estos grupos cristianos consolidan relaciones de alto poder para influir sobre la dirección programática del gobierno estadounidense.
No nada
más en políticas públicas domésticas sino incluso en el contenido de la política exterior norteamericana. Doug Coe, un personaje discreto pero políticamente sagaz, es el protagonista y dirigente del grupo religioso que conquista la simpatía y confianza de congresistas, presidentes y primeros ministros de diferentes países.
En fechas recientes, numerosos reportajes y notas
periodísticas han dado cuenta de la proximidad del actual gobierno mexicanos con grupos evangélicos, particularmente con la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice). Los evangélicos han desarrollado un activismo notable en aras de obtener concesiones de radio y televisión.
La simbiosis alcanzada con la presente administración se ha evidenciado en reportajes como el que
expuso a Josué Farelas Pacheco, hijo de Arturo Farelas (líder de Confraternice), quien funge simultáneamente como coordinador regional de los Servidores de la Nación de la Secretaría de Bienestar y como asesor jurídico de Confraternice. O la participación de grupos evangélicos en la distribución de la Cartilla Moral. En su defensa, la gente de Confraternice declaró que no se desprende ningún delito de esto.
Quizá, pero es un hecho que la cercanía del grupo
con la llamada 4T no es nada tranquilizadora.
Parecería innecesario recordarlo, pero la historia
de México advierte contra el peligro de la explosiva mezcla de Iglesia (o iglesias) y Estado. Hemos tenido cruentas guerras civiles con motivo de la falta de una separación clara entre las dos esferas de poder. Especialistas en temas religiosos de la talla de Roberto Blancarte, han criticado con dureza el prácticamente nulo respeto al Estado laico en lo que va de este gobierno. Es más o menos triste y revelador el silencio de quienes se decían juaristas e izquierdistas frente a estos atropellos.
Hacia el final de su libro de memorias El pez en el
agua, Mario Vargas Llosa refiere cómo en el último tramo de su campaña presidencial, se le acercaron dignatarios eclesiásticos católicos. Querían ofrecerle su apoyo (a él, un candidato ateo) para contener el avance de Fujimori, un candidato fuertemente respaldado por grupos evangélicos. La expansión en número de creyentes de las iglesias evangélicas es asunto de cada cual y su conciencia. El crecimiento de su influencia política no, eso es un tema de interés público. Los choques de fe suelen ser muy violentos, evitemos esa pugna entre creyentes y no creyentes.
•Internacionalista y analista político:
@avila_raudel