Fragmentos de un diario

(Los señalamientos en redes sociales de que en realidad Leal dio positivo en el alcoholímetro y pasó la noche en El Torito son totalmente infundados, y el video en que se ve a un hombre dormido sobre el volante es claramente apócrifo. El único columnista de este diario que efectivamente pasó por ese trance fue Alejandro Rosas.)

Rubén Cortés

Director general

5 de marzo:

Como todos los martes, tomé el Metro de regreso de la universidad. Es una experiencia maravillosa. La media hora de espera en el andén me sirvió para buscar textos de Beatriz Gutiérrez Müller en mi teléfono (no encontré gran cosa: ¿por qué no usar el presupuesto de Cultura para una edición masiva de sus obras completas?) Además, las tareas de mantenimiento de las escaleras eléctricas me permitieron hacer un ejercicio muy necesario, al subir unos dos mil escalones, rebasando a personas con discapacidad y adultos mayores. Sobre todo, en el Metro se nota que esto ya cambió. Que ya llegó la 4T, con la que todos vamos a ser felices, como ya adelantó nuestro padre de Pueblos. Se percibe otro estado de ánimo, ánimo en el pueblo bueno; otra actitud. Pienso en los vagoneros, por ejemplo: están relajadísimos, campechanos; como si nada…

A la salida, tuve una idea que, con toda humildad, me parece genial: ¿y si usamos los monitores de los andenes para repetir completas, una y otra vez, las conferencias mañaneras de nuestro Padre Amadísimo, en plan televisoradirigidapor Jenaro Villamil?

16 de marzo:

Soñé que volvía a la UNAM. En la mitad de la explanada central de CU, se alzaba una estatua ecuestre de nuestro Presidente Eterno. Llevaba el cuerpo inclinado hacia adelante, como dirigiendo una carga de caballería, con el brazo derecho extendido sosteniendo una espada, salvo que en vez de espada llevaba un bat de beisbol. Ah, los extraños caminos del subconsciente.

23 de marzo:

Desperté aterrado. Tenía la intención de usar el día de descanso para recuperar sueño cuando me di cuenta de que sonaba la alerta sísmica, con esas reverberaciones aterradoras como de altavoces de los jemeres rojos en Camboya. Pero no era la alerta. Ya en la calle, humillantemente en calzones (ojo: vivir en zona sísmica implica sacrificios, así que tal vez sea hora de cambiar el formato de trusa por uno más conservador), descubrí que era un encuentro del subdelegado con las mujeres de la colonia, unas 12, a las que invitaba a disfrutar del “bailongo” con un equipo de sonido lamentable. Qué pena con Marita y qué mala suerte que justo llegara del gym. Y la 4T debería prohibir la palabra “bailongo”.

24 de marzo:

“Yo tengo otros datos”, una camiseta que diga.

1 de abril:

En la mañana, estuve a punto de ser arrollado por un scooter en la mitad de la banqueta. En la tarde, un ciclista hipster en sentido contrario golpeó al perro adoptado de otro hipster (esto solo puedo decirlo en el territorio íntimo de un diario: qué animal tan extraordinariamente feo) a pocos metros de mí. El perro, al parecer, salió indemne, salvo el golpe en las costillas y el susto. Tengo la impresión de que no es exactamente esto lo que imaginaba el secretario de Movilidad cuando planeaba el futuro de nuestra patria en un campus gringo, pero igual me equivoco.