Hong Kong, la isla conocida por ser un centro financiero y cosmopolita, hoy encabeza los titulares internacionales por la ola de protestas en la región. Mientras los eventos violentos son explicados por medios internacionales en términos de un conflicto ideológico entre China y occidente, problemas estructurales que tienen en descontento a la población Hongkonesa son opacados.
La última ola de protestas tiene origen en el Proyecto de Ley de Extradición de Hong Kong de 2019. En resumen, el proyecto de ley sugería que sospechosos de crímenes perpetrados en Taiwán, Macao y China continental, que se encontrasen en Hong Kong pudieran ser sujetos a extradición a las autoridades competentes. La propuesta de enmienda a la ley causó controversia. Incluso, un documento emitido por la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad Estados Unidos-China, señaló que la enmienda podría “incrementar la susceptibilidad del territorio a la coerción política de Beijing y erosionar más la autonomía de Hong Kong.”
Para comprender este problema, es necesario remontarse brevemente a la historia de Hong Kong. De 1842 a 1997, Hong Kong fue colonia británica, misma que adquirió como pago por daños al final de la primera guerra del opio entre China (durante la dinastía Qing) y el Reino Unido. Tras negociaciones entre la nueva República Popular China y el gobierno Margaret Thatcher, en 1997 Hong Kong fue devuelto a China. La entrega de Hong Kong por parte del Reino Unido, se hizo bajo la condición de que la isla mantendría autonomía administrativa, y con ello, los valores de una democracia occidental.
La cesión bajo esta condición se denominó “Un país, dos sistemas”. Se reconocía a la isla como una región administrativa especial, pero siendo parte de China. Por ello, la enmienda a la ley de extradición causó controversia al sugerir la subordinación de la administración Hongkonesa a la del Partido Comunista Chino.
En medios occidentales, la situación se presentó como una lucha por “democracia y derechos”. En medios chinos, se criticó la postura de los medios principalmente estadounidenses y se etiquetó como intervencionista. Esta lucha mediática opaca un problema estructural en Hong Kong: el deterioro de la calidad de vida de los Hongkoneses por la incapacidad de las administraciones británica primero, y hongkonesa luego, de crear políticas públicas para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
Por ejemplo, los salarios de los egresados de las universidades en Hong Kong han decrecido mientras que el costo de vida ha crecido exponencialmente haciendo a Hong Kong el mercado de vivienda menos asequible. De acuerdo con un estudio de New Century Forum la media de los salarios mensuales de los recién egresados en 1987 fue de 20 mil dólares Hongkoneses (50 mil pesos), mientras que para 2017 fue de 14,395 (36 mil pesos).
Por otra parte, la desigualdad en la isla, ha ido en aumento. De acuerdo con el diario South China Morning Post, “en 2016, el ingreso familiar mensual promedio del 10% más rico en Hong Kong, de fue 43.9 veces superior al del 10% más pobre. Los más pobres tendrían que trabajar tres años y ocho meses en promedio para ganar lo que hacen los más ricos en un mes.”
Finalmente es conocido que Hong Kong es una de las ciudades más densamente pobladas. La situación de vivienda es difícil para muchos que rentan literas en apartamentos compartidos, pues ese espacio físico es el único que pueden pagar, realizando todas sus actividades diarias en las calles y regresando sólo a dormir.
Hong Kong entonces enfrenta una serie de problemas. Primero, la invisibilidad de la precariedad en que vive la mayoría de los Hongkoneses, opacada por la mediatización del conflicto ideológico entre China y Occidente. La atención mediática a la supuesta pérdida de valores democráticos en Hong Kong, afecta más a los ciudadanos que habitan la isla, quienes sufren la carencia de una estructura gubernamental fuerte y capaz de atender los problemas que aquejan a la mayoría.
Segundo. Si Hong Kong antes tenía países aliados que abogaran por ella en la arena internacional, hoy la isla no recibirá ayuda más allá de una retórica que respalda la lucha por la democracia y los valores occidentales. Esto debido a que antes la estabilidad de Hong Kong importaba a países extranjeros por sus intereses económicos en China, hoy ciudades como Shenzhen y Shanghai, en la China continental, están profundamente integradas en la economía mundial y ponen a Hong Kong en segundo plano para la inversión en China. El estatus del que gozaba Hong Kong hace 20 años, hacía que Beijing procediera políticamente con cautela en su relación con la isla, hoy no.
En este sentido las protestas carecen de sentido, si bien lograrán la atención internacional, la desestabilización política en la isla únicamente dañará su estatus, sin mencionar que, para Beijing, la situación en Hong Kong es la prueba de que la democracia en términos occidentales sólo lleva al caos y al desorden.