La situación de Bolivia y de Evo Morales ha logrado que volvamos a ver la realidad ideológica, política, económica, social de América Latina, un continente heterogéneo y altamente creativo, que envía constantemente al mundo señales de análisis.
Francis Fukuyama hablaba de la caída de las ideologías en su artículo “¿El fin de la historia?” pocos meses antes de la caída del muro de Berlín. Algo que parecía evidente también en los albores de los años 70. No está claro; sin embargo, a qué daban paso, aunque ciertamente parecían heridas de muerte tras los intentos marxistas en diferentes países, particularmente en Cuba.
Lo que parece evidente es que las ideologías sólo se sucedieron, incluso se transformaron, pero definitivamente no murieron. La Nicaragua de Daniel Ortega, la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, la Argentina kirchneriana, la Bolivia indigenista, han alimentado ideologías que, como bien muestra el continente, tampoco resultan homogéneas.
Bolivia y Ecuador han sido gobernadas por presidentes de izquierda-izquierda, sin ser ultras, que han logrado institucionalidad y sobre todo un crecimiento económico sostenible basado en la inversión y el desarrollo empresarial.
Más allá de las ideologías que permean como la humedad todos los ámbitos de la vida, los logros económicos de ambos países son más que considerables.
¿En dónde se ha podido entonces torcer el camino si países como Bolivia se muestran institucionales, económicamente sólidos e ideológicamente prudentes? El problema se centra en la obsesión del poder, quizá auspiciado por el concepto “marxista” de lograr el poder absoluto del Estado para regresarlo posteriormente al pueblo. El pensamiento de Marx era más complejo, pero a veces sólo ha dejado interpretaciones muy simples de política y economía.
La tradición absolutista respecto del poder en América Latina sigue presente. El eterno retorno a formas autoritarias de gobierno goza de aceptabilidad o por lo menos de permisividad. Y estas situaciones sólo logran romperse por una sociedad que ha logrado crecer en educación, compromiso social y comunicación.
Los observadores de la OEA señalan claramente que es la sociedad civil la que ha bajado a las calles rechazando el apego al poder de Evo Morales en Bolivia.
Sólo una sociedad con educación democrática asume estas críticas y comportamientos. Las sociedades poco educadas se encasillan cómodamente en una pasividad que acaba siendo cómplice.
Las ideologías se asemejan a la humedad. Ahí están pero no siempre se ven. Y cuando se quieren sanar, a veces es casi imposible. Bolivia es un buen ejemplo para nuestro continente y para el mundo. Sobre todo en lo que respecta a los antídotos de toda ideología perversa: una sociedad educada, estructurada y con una visión de economía social correcta conforma una solidez que difícilmente deja que penetre la humedad.