Destinar un espacio en la Rotonda, en los muros del Congreso de la Unión o en otro sitio de honor a una persona, es otorgarle el lugar que le corresponde en la historia de México, pero ¿quién puede decidir el sitio que alguien merece en la historia cuando la historia es un concepto tan subjetivo? Valentín Campa quien a partir de este lunes ya descansa en la Rotonda abre el capítulo de que la izquierda y la derecha siguen la misma ruta.
La Rotonda de las Personas Ilustres, actualmente ubicada en el Panteón de Dolores, conserva los restos de personas a quienes se les atribuyen grandes aportaciones a la vida política, social, cultural y económica de México.
Entre las lápidas erigidas en memoria de esos personajes podemos leer nombres de artistas, políticos, músicos, y otros más, para un total de 111 personalidades de gran prestigio para nuestro país, pero no siempre compatibles entre ellos.
En este momento no recuerdo quienes se negaron en vida a que sus restos fueran depositados en ese lugar por estar en desacuerdo con otros de sus ocupantes, pero no han sido pocos, cantidad que se multiplicaría exponencialmente entre los sobrevivientes, simpatizantes y seguidores de los homenajeados.
Valentín Campa Salazar, uno de los hombres más polémicos del México contemporáneo, llega tras dos décadas a ese santuario donde descansará junto a personajes tan alejados de su ideología, como Manuel Gómez Morín.
El arribo de ese hombre que para muchos fue un ángel y para otros un demonio, a la Rotonda coincide con el primer centenario de la fundación del Partido Comunista Mexicano, institución que no por debatida pierde un ápice de importancia en la vida política, económica y social de nuestro país, al margen de la ideología de los mexicanos.
Sin menoscabo de otros dirigentes del Partido Comunista ni de sus miles de seguidores, Campa fue sin duda uno de sus más distinguidos militantes, siendo candidato presidencial en 1976 y diputado federal durante la LI Legislatura del Congreso de la Unión.
Sobre Campa podrán decirse muchas cosas, positivas y negativas según quien las exprese, pero para quienes tuvimos el privilegio de haber platicado con él sabemos que fue un hombre convencido de sus ideas y comprometido con sus causas, que fue honesto y cabal y que supo sobreponerse a las adversidades que la vida le impuso en la consecución de sus metas.
En estos días he meditado qué habría opinado don Valentín sobre la distinción que ahora le otorga la historia, o al menos los dirigentes del país, para concederle un sitio en el paraninfo mexicano, pero tratar de pensar por alguien sería un pecado de dimensiones históricas, mas tengo la certeza de que al margen de que su nombre quede grabado sobre una lápida o un muro, los mexicanos tenemos el compromiso personal de evaluar su labor.