En 2010, Nuevo León era el centro de una disputa férrea entre el Cártel del Golfo y sus antiguos socios, Los Zetas.
En Monterrey las señales del duelo se mostraban en cadáveres colgando de puentes y en incendios de vehículos para permitir que escapara algún jefe de plaza, pero sobre todo para amedrentar, para colar el miedo en cada fibra de la sociedad.
Las policías estaban rebasadas e infiltradas. Sólo se podía apelar al Ejército para tratar de contener la situación, mientras las autoridades civiles no pudieran proporcionar la seguridad a los ciudadanos y sus familias.
Utilizar a las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad entrañaba (entraña) riesgos muy altos, porque no están entrenadas para trabajar en las calles, obteniendo información y controlando el delito. Los soldados se preparan para actuar y así lo hacen cuando es o lo creen necesario.
Así ocurrió la noche del 19 de marzo de 2010, donde elementos del Ejército, que perseguían a sicarios, ingresaron al campus del ITESM y mataron a dos estudiantes: Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo Verdugo.
Un error llevó a otro y los soldados alteraron la escena del crimen, para fingir que los muchachos estaban armados y que pertenecían a alguna de las bandas de bandidos con las que se enfrentaban de modo cotidiano.
La muerte de Jorge y Javier motivó un esfuerzo de familiares y amigos, quienes nunca aceptaron las primeras versiones oficiales y no descansaron para que se conociera la verdad. La exigencia era y es justicia.
Ayer, la Secretaría de Gobernación ofreció una disculpa pública por estos hechos. El significado de esta acción, es que obliga a las autoridades a la no repetición de asuntos semejantes y a un compromiso claro con los Derechos Humanos.
La memoria de Jorge y Javier debe servir para alertar sobre los peligros que aún persisten y para exigir una capacitación policial de los elementos de las Fuerzas Armadas que se integrarán en la Guardia Nacional.
En la Secretaría de la Defensa, desde aquellos años, tenían muy claro la complejidad de realizar tareas de seguridad pública y por ello se comprometieron en acompañar a familiares de civiles que perdieron la vida por errores y para ir ajustando protocolos de actuación.
El nudo del problema, sin embargo, es el despliegue de las Fuerzas Armadas en tareas que no les corresponden.
El pasado arroja lecciones, y lo que ocurrió aquella noche de hace nueve años es una de las más escalofriantes, porque en ella se condensan muchos de los miedos que han atrapado a nuestra vida pública.
José Antonio Mercado y Javier Arredondo murieron en las instalaciones del ITESM en Monterrey, el 19 de marzo de 2010.