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José Emilio Pacheco

José Emilio Pacheco

Entornos viernes 28 de junio de 2019 -

RAFAEL PÉREZ GAY

Tengo frente a mí un altero de libros que he conservado a través de mudanzas, diversos anaqueles, polvo a mansalva y el taladro de los años. Han sobrevivido también al robo, a los préstamos con que vuelan para siempre los libros, incluso al olvido. No ha sido fácil sacarlos de los entrepaños, me subí en un banco.

Tardé un buen rato buscando un título que se escondió detrás de otro escritor, como si de verdad quisiera ser anónimo. Son los libros de José Emilio Pacheco.

Regreso ahora a uno de ellos que representa para mí una época, un tiempo que subía un telón detrás del cual asomaba en la escena una visión del mundo, una forma de vida. Me refiero a No me preguntes cómo pasa el tiempo. No hablo de ese libro contenido en la poderosa reunión de la poesía de José Emilio Pacheco, Tarde o temprano. Poesía 1956-2000 (FCE, 2000), sino del ejemplar de portada verde con las letras caladas que publicó Joaquín Mortiz en el año de 1977.

Ahí estaba uno de los volúmenes del tiro de 2 mil ejemplares que ordenó el editor para una segunda edición, la primera se publicó en 1969. El tiraje salió de la imprenta en paquetes que fueron puestos en un camión propiedad de los talleres Litoarte, situados en Ferrocarril de Cuernavaca. El tiro se entregó en las oficinas de la editorial, Tabasco número 106. Desde luego, esa ciudad ha desaparecido, sólo queda algo de ella en nuestra memoria. Somos las ciudades que hemos perdido. Ahora me doy cuenta de que también somos en parte algo de esos poemas leídos en voz alta en la noche, detrás de la cortina de humo de cigarrillos Del Prado y de nuestros primeros sueños de juventud.

Si uno dobla la tapa verde puede leerse losiguiente:

Pertenezco a una era fugitiva, mundo que se desploma ante mis ojos.

Piso una tierra firme que vientos y mareas erosionaron antes de que pudiera Levantar su inventario Atrás quedan las ruinas cuyo esplendor mis ojos nunca vieron.

Ciudades comidas por la selva, y en ella nada puede reflejarme, Mohosas Piedras en las que no me reconozco.

Como no puedo traer aquí al joven que leyó No me preguntes cómo pasa el tiempo tengo que recordarlo leyendo esas páginas de poesía. La vida pública había irrumpido por primera vez con toda su fuerza en la vida privada de aquellos jóvenes que se acercaban a los 20 años y que despedían al régimen de Luis Echeverría y escuchaban por primera vez las palabras devaluación, inflación, crisis. Al mismo tiempo, esos pliegos de papel cosidos y pegados con hot melt reproducían las imágenes de una visión del mundo cuyo centro afirmaba que la literatura no aceptaba menos que la entrega de la vida. José Emilio Pacheco fue el emblema de esa idea. Pasaron los años y esa idea se convirtió en una realidad: Pacheco, el Premio Cervantes 2009, es nuestro hombre de letras por antonomasia.

La memoria hace con nosotros lo que le da la gana. Si no mal recuerdo ese libro verde llegó a la casa por la vía del entusiasmo que José María Pérez Gay y Héctor Aguilar Camín habían puesto en los libros de Pacheco. Yo lo hice mío. Compré varios ejemplares en la librería Hamburgo, que ya no existe, y los regalé tantas veces que durante un tiempo me quedé sin ese libro verde. Cuando leí No me preguntes cómo pasa el tiempo, desde luego Pacheco ya era un poeta en toda la forma, su aventura poética se inició en los años sesenta con dos libros: Los elementos de la noche (1963) y El reposo del fuego (1964), una poesía borgeana, un lugar en el que las metáforas aspiraban a que la sonoridad transmitiera emociones. Con ese poeta convivían un narrador hecho y derecho, un periodista cultural de fuste, un traductor de día y de noche. Los setenta fueron una década desaforada para Pacheco. Después de ese libro leí la segunda edición de Irás y no volverás (FCE, 1976) y subrayé entre otras estas líneas:

El tiempo entero es muda mutación Celebremos El peso de los años El que fui tenazmente repite sus palabras en un teatro sin nadie Ya no hay nada que pueda alimentarte poesía Muérete de ti misma o por favor ya cállate Luego leí y releí este primer poema de la primera tirada de Islas a la deriva (Siglo XXI, 1976): En esta hora fluvial hoy no es ayer y aún parece muy lejos la mañana Hay un azoro múltiple extrañeza de estar aquí de ser en una hora tan feroz que ni siquiera tiene fecha ¿Son las últimas horas de este ayer o el instante en que se abre otro mañana? Se me ha perdido el mundo y no sé cuándo comienza el tiempo de empezar de nuevo Vamos a ciegas en la claridad Caminamos a oscuras En el fuego

Vuelvo a aquel libro de tapas verdes. No me preguntes cómo pasa el tiempo reunía una buena parte de lo que ese escritor había sido y sería en el porvenir de su obra.

En sus páginas se imprimió uno de los más populares poemas de José Emilio Pacheco: “Alta Traición”. Leo otra vez y pienso en la profundidad expresiva de una poseía clara, capaz de conmover y revelar, una poesía desprendida de otras tradiciones, la inglesa o la francesa, una poesía en mucho sentidos pionera de temas y tonos poéticos mexicanos y, al mismo tiempo, deudora de una frondosa tradición desprendida de las obras de Carlos Pellicer o Salvador Novo. Pienso desde luego en las conexiones entre autores clásicos, en el orgullo libresco, en la invitación a la lectura y en la adaptación (siempre con referencia) de otros escritores.

Pienso en los centros temáticos de esa poesía: la desolación, la ironía, el paso del tiempo y la destrucción de todas las cosas.

En ese libro se reunían un pesimista con un toque visionario, un solitario que sabe que nada dura, un autor, en fin, disputado por la novela, el cuento, el periodismo, la difusión y la poesía misma.

Pero Pacheco no sólo ha ejercido la poesía, la novela y el cuento. Su trabajo y profesión han producido a uno de los grandes reconstructores de nuestra tradición cultural. No hay un autor del siglo XIX mexicano sobre el que Pacheco no haya ensayado un comentario novedoso y muchas veces único, con un rigor y un conocimiento infrecuentes en un mundo paralizado por la burocracia y la falta de imaginación. La Antología del modernismo es, años después de su publicación en 1969, una lección de fuerza crítica e interpretación literaria. Esa misma pasión lo ha llevado a introducir, reseñar y comentar innumerables autores, clásicos y modernos; su información y sus lecturas han sido una ventana al mundo.

De ese esfuerzo notable de difusión se desprende un traductor diestro, libre y talentoso de poesía. Su versión de los Cuatro cuartetos es uno de los mejores lugares que T.S. Eliot ha encontrado en español.

Una parte de esa obra se encuentra reunida en el libro Aproximaciones, publicado en el año de 1984. Es mucho más que un conjunto de traducciones, se trata de una forma de leer y, por lo mismo, de proponer un gusto literario.

Tengo a estas horas del domingo, un altero de libros frente a mí. No fue fácil reunirlos. He descubierto que me faltan ediciones que juraba y perjuraba que tenía sin duda alguna. También es verdad que presté uno que otro en una tarde de entusiasmo absurdo, no lo vuelvo a hacer. Voy a dejar el altero en este lugar un tiempo, como una torre.


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IM/CR

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