Columnas
La revista Proceso publicó esta semana una serie de entrevistas en torno a los 100 días de gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador. El entrevistador principal fue Álvaro Delgado, Premio Nacional de Periodismo y reconocido colaborador de la revista. Una de esas entrevistas fue a José Woldenberg, figura dorada de la transición democrática mexicana. Woldenberg es recordado como el gran consejero Presidente del IFE (hoy INE) que hizo el anuncio histórico de la victoria de Vicente Fox en la campaña presidencial de 2000. Su prestigio académico, intelectual y como servidor público está fuera de duda.
Desde las primeras frases de la entrevista, Woldenberg es lapidario. Refiriéndose al Presidente de México afirma “lo nombramos presidente, no sultán”. Otra declaración durísima: “lo que más me preocupa es que existe un resorte autoritario en el Presidente de la República”. A quienes decían que el señalamiento de rasgos autoritarios en AMLO era una invención de la ultraderecha, José Woldenberg los desmiente. Pocos como él tienen una trayectoria tan claramente de izquierda, desde el sindicalismo universitario hasta su papel como fundador del PRD. No obstante lo anterior, no faltará quien diga que se vendió a la mafia del poder o se trata de un neoliberal fifí.
Es preciso empezar a tomar en serio las advertencias de uno de los intelectuales públicos más respetados de México. “Hay un afán centralizador y un no entendimiento de que los Estados democráticos modernos aspiran a que el poder esté dividido, regulado, equilibrado, contrapesado, y a veces me da la impresión que, desde la visión del Presidente, quienes cumplen con esas funciones son vistos como trabas, como obstáculos”, reflexiona Woldenberg.
Lo que dice Woldenberg no es nuevo ni original. El peso que tienen sus palabras es producto de su bien ganada reputación y debería ser un aliciente en Morena para considerar si todo lo que están haciendo es congruente con la lucha histórica de la izquierda por la democratización del país. No se trata de erigir santones ni cacicazgos intelectuales, pero sí de reconocer la autoridad moral y política de quien está diciendo estas cosas. Morena y el gobierno están muy a tiempo de corregir las distorsiones que producen inquietud en los observadores, analistas y académicos. Sería deseable que no se traicionen a sí mismos por el puro placer de agradar a su líder, pues de otra manera se comportarán como todos los políticos de la historia de México. “Si todos los políticos han sido iguales, ¿por qué reprocharle esto a AMLO y a Morena?”, se me preguntará. La respuesta es que son depositarios de una gran esperanza y pueden aprovecharla para cambiar el país o para consolidar sus peores costumbres políticas.