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Juárez de “a devis”

Juárez de “a devis”

Columnas jueves 21 de marzo de 2019 -

Cuando un gobierno manda hacer algo como la Cabeza de Juárez (1972-1976) y la sociedad lo acepta sin meter las manos significa que el personaje histórico que inspiró la escultura, monumento o lo que sea —apenas me entero que es museo—, se perdió entre la historia oficial, los discursos sensibleros, la demagogia, la retórica barata, los mitos absurdos y el mal gusto.

Y es que Benito Juárez es un personaje que ha rodado de acá para allá; fue elevado al altar de la Patria —con justa razón—, pero una vez ahí lo cubrieron de bronce y le arrebataron su dimensión real: ese es el Juárez del bien contra el mal; el héroe inmaculado, el infalible, el que hablaba siempre para la posteridad, el que nunca dudó ni se equivocó y del que, de acuerdo con el sistema político priista, nadie podía
hacer una broma, como aquella que se le ocurrió a Manuel “el Loco” Valdés cuando le llamó “Bomberito Juárez y Manguerita Maza” y por lo cual lo mandaron a la banca un buen rato.

Pero Juárez, el personaje histórico está muy lejos de los monumentos, de los billetes, de las monografías de papelería de otros tiempos; también está lejos de Carranza, de Echeverría y de López Obrador —los tres presidentes que se han asumido como la reencarnación del benemérito—, pero que lo acomodaron de acuerdo con sus necesidades y a las necesidades del momento.

El personaje histórico es apasionante y entrañable por contradictorio. ¡No! Benito Juárez nunca tocó una flauta de carrizo ni salió huyendo de San Pablo Guelatao por haber perdido uno de los borregos de su tío; nunca fue antirreligioso sino anticlerical, no combatió el dogma sino a la iglesia abusiva y corrupta; incluso, en las leyes de Reforma, estableció como días no laborables varias festividades religiosas, la principal fue la de la Virgen de Guadalupe.

Benito no fue defensor de los pueblos indígenas ni intentó protegerlos, quería integrarlos a la república a través del principio básico del liberalismo político: igualdad ante la ley y a través de la educación, por eso los indios prefirieron el trato paternalista de Maximiliano. Juárez no fue diputado constituyente en 1856-1857, ni firmó la Constitución, la juró eso sí, pero tampoco pudo gobernar con ella durante 10 años (1857-1867), sin embargo, la convirtió en bandera política, en el gran símbolo de la lucha contra los conservadores y luego contra la intervención y el imperio.

Juárez también metió la pata retefeo, particularmente en dos ocasiones. El tratado McLane-Ocampo (1859) pudo ser su perdición y su llave a la villanía nacional porque a cambio de apoyo y reconocimiento para su gobierno, permitió el libre tránsito de mercancías, ciudadanos y tropas estadounidenses por el istmo de Tehuantepec a perpetuidad, pero como dios resultó ser juarista, los gringos no ratificaron el tratado, así que nunca entró en vigor y de todas formas le echaron la mano para derrotar a los conservadores.

La segunda regada fue más grave; por sus pistolas —sí, era autoritario, tozudo y hasta necio— y al grito de “debo no niego pago no tengo” suspendió el pago de la deuda externa por dos años (1861) —luego se echó para tras pero fue demasiado tarde—; el asuntito de hacerle al valiente culminó con la intervención francesa y el imperio de Maximiliano a quien llevó a juicio para fusilarlo y dejarlo bien frío, como era debido.

Como los grandes, Benito pastoreó muy bien al país durante diez años de guerra; sí, si escribió su famosa frase del “respeto al derecho ajeno es la paz”; sí, sí es original y está en su discurso del 15 de julio de 1867. Luego le agarró gusto a la silla presidencial. Gobernó 14 años de manera ininterrumpida (1858-1872), le hizo ojitos a la reelección en 1871, la ganó pero una afección cardiaca —no, no fue envenenado—, lo mandó al otro barrio en 1872.

Con todo y la cabeza de Juárez, con todo y Echeverría que comparó a la esposa de Salvador Allende con Margarita Maza, con todo y que el sistema político mexicano jamás respetó “la obstinación del derecho” que demostró Juárez desde el poder, es un hecho: Benito fundó el Estado laico, defendió siempre la igualdad ante la ley y sentó las bases del Estado nación mexicano y ese legado sigue vigente. Felicidades a Juárez donde quiera que esté.


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