Tenía que ocurrir. La amalgama de grupos, corrientes, posiciones y aspiraciones, muchas de ellas antagónicas, que dan sustento al nuevo poder tenía que coartarse por algún lado.
La CNTE apoyó a Andrés Manuel López Obrador de modo decidido. Les ofrecieron cancelar la Reforma Educativa y les dijeron que de ella “no quedaría ni una coma”.
Desde el Pacto por México había sido un tema difícil, complejo y en el que la izquierda, entonces agrupada en el PRD, puso más objeciones.
Se sabía, desde ese momento, que se trataba, ante todo, de un cambio laboral que implicaría chocar con la cultura a la que estaban arraigados los profesores, pero sobre todo su sindicato, el SNTE y su afluente más aguerrida, la CNTE.
El presidente Enrique Peña Nieto vio el tema como estratégico y se dio un golpe contundente a la dirigencia del SNTE con el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo.
Con la Coordinadora se optó por la política de la zanahoria y el garrote. Les dieron mucho dinero para intentar desactivarlos, pero apretaron cuando se creía necesario, con indagatorias de las procuradurías y fuerza policial.
La victoria contundente de López Obrador cambió el escenario. Gordillo está en libertad y trabajando para formar un partido político y la CNTE presiona para que la derogación de la reforma de Peña Nieto sea absoluta.
Pero ocurrió que la realidad se impuso. En la SEP se dieron cuenta, o ya lo sabían, que el cambio propuesto y aprobado por las fuerzas políticas más relevantes en el pasado, tenía sentido y podía funcionar para el propósito más importante: dar una oportunidad a las niñas y niños mexicanos, y sobre todo los de menores recursos, para obtener una formación de calidad.
Ahora el desafío para el Gobierno es convencer a sus aliados de la CNTE de que mantener el control estatal de la educación es necesario y que no puede volverse al esquema de plazas automáticas y escalafón supervisado por el sindicato.
Ahí está el meollo de la cuestión, en un tema en el que todos se dicen defraudados. Unos alegan que no se están cumpliendo los compromisos de campaña y los otros que no avanzar legislativamente es dejar las cosas como estaban.
Es el primer juego de fuerzas dentro de la coalición que está en el poder, pero vendrán otras, porque las exigencias de cumplir promesas y acuerdos también irán en aumento.
Lo complejo será darles cause, ya que muchas de ellas se oponen o son incompatibles y ello sin contar que gobernar es, en buena medida, tomar las decisiones menos malas y muchas veces inclusive contra lo que se afirmó en el pasado.
Militares en seguridad pública y reforma educativa, con tramos de control para el ingreso de los maestros y su promoción, son ejemplos de ello.
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