En 1938 el Presidente Lázaro Cárdenas anunció la “nacionalización del petróleo” y el régimen (PNR que posteriormente daría lugar al PRI) hizo de esa medida un símbolo de soberanía nacional, en un entorno internacional de proteccionismo y conflictos ideológicos.
En los últimos 81 años mucho ha pasado en el mundo (la Segunda Guerra Mundial, el fin del fascismo, la guerra fría, la caída del Muro de Berlín y del comunismo, la liberalización del comercio, el internet y el surgimiento de nuevas potencias comerciantes como China) y en México (urbanización, crisis económicas, Tratado de Libre Comercio, EZLN o la apertura democrática, por citar algunos ejemplos).
Ha sido tal el cambio que representantes de la izquierda política del país han sacrificado temas de su agenda histórica, como la protección a los migrantes que entran al país, para defender una herencia “neoliberal” como el libre comercio, al evitar la imposición de aranceles.
Dicho cambio no es gratuito. Es el reconocimiento, no explícito pero sí en los hechos, de que nos va mejor comerciando y dejando atrás experimentos ideológicos. Hoy las grandes discusiones (desde Krugman o Stiglitz hasta Pikkety o Rodrik) no son entre el mercado y alguna otra alternativa, sino en cómo los mecanismos del mercado pueden o deben ayudar a lograr mejores equilibrios tanto sociales como regionales.
El sector energético refleja bien estos cambios y hoy los combustibles fósiles pierden su lugar primordial. La Unión Europea anunció que para el 2050 buscará que su generación de energía eléctrica esté libre de combustibles fósiles (carbón); por su parte, las principales armadoras de vehículos automotrices han presentado sus planes para abandonar la gasolina y migrar a motores eléctricos.
Incluso, a nivel de sus derivados, hay mucha más presión para dejar de utilizar plásticos.
Paradójicamente, la 4T se aferra a utilizar los hidrocarburos y a Pemex como si estuviéramos a la mitad del Siglo XX. Pemex está endeudada (algo así como 105 mil millones de dólares) y necesita de recursos frescos para seguir invirtiendo en su actividad más rentable que es la producción. La respuesta del Gobierno ha sido cancelar los “farm outs”, para evitar que se asocie con privados y amplíe así su producción que hoy está en mínimos históricos (1,663 millones de barriles diarios en mayo, la cifra más baja desde diciembre de 1979); aun peor, dedica recursos públicos para una refinería, la actividad menos rentable del sector, que parece no ser viable ni técnica ni comercialmente. Y hay una historia similar con los proyectos cancelados para que los privados puedan seguir construyendo gaseoductos y llegar a más regiones en mejores condiciones.
Mientras el suministro comienza a fallar en regiones como Yucatán, la respuesta gubernamental es eliminar las subastas para que los privados puedan generar electricidad por medios más sustentables y comercializarla. Sin gas suficiente las plantas de CFE están subutilizadas, pero el Presidente anuncia la construcción de nuevas.
Medio en broma y medio en serio, comienza a decirse que la política energética de la 4T es la correcta… pero que estamos en la década equivocada. Lo trágico de este chiste es que si no resolvemos nuestra confusión energética, la industria y las finanzas del país van a ser las sacrificadas.
•Ex Secretario de Trabajo y Desarrollo Económico de
Puebla. Analista económico y de negocios @MichelChain